Adolfo Suárez, un ejemplo
Se fue como llegó, sin grandes aspavientos, sin dejarse notar, casi en el silencio de su enfermedad y con él, una parte de nuestra historia, sobre todo la de los que vivimos la transición.
Un hombre sincero y honesto, amable y valiente, trabajador nato, aprendiz de la vida, con una sonrisa limpia y una mirada dulce, que recorrió todos los peldaños de la escalera política.
Jamás un mal gesto, una palabra soez o malsonante o un reproche salió de su boca hacia sus adversarios políticos, ni como presidente del gobierno ni fuera del poder, a pesar de ser el político de la democracia española más injustamente vilipendiado por la oposición, «tahúr del Misisipi»; por su propio partido, la trascendental frase «error, que inmenso error», de quien luego fue su ministro, y por los poderes fácticos.
Quizá cometió errores pero hizo política de izquierdas y política de derechas, prometió y cumplió: reforma política, pactos de la Moncloa, constitución española, estado de las autonomías, No a la OTAN, ley del divorcio..., y eso algunos no se lo perdonaron.
Posteriormente rectificaron cuando ya no era adversario político y no sacaban rentabilidad a sus críticas, y cuando la perspectiva del tiempo permite contemplar la realidad con más objetividad. De sabios es rectificar.
En apenas cuatro años transformó el Estado español -de la dictadura a la democracia- mediante un proceso de transición política basado en una palabra clave: «consenso», que se estudió y admiró en el resto de países del mundo y, en fin, logró un proyecto común de todos basado en el diálogo, el bien colectivo y la renuncia a hacendados particulares.
¡Ah! y supo dimitir, y no doblegó ante las pistolas... Qué gran ejemplo para los políticos de ahora y de siempre.
Descanse en paz.
Juan María Fernández Álvarez
Oviedo
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