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Abuelas explotadas

2 de Abril del 2014 - María Isabel Sánchez Agüeria (Gijón)

De un tiempo a esta parte he leído artículos que no me han dejado indiferente (curiosamente, la mayoría de ellos firmados por mujeres). En ellos se nos culpa, a las féminas trabajadoras, de la curva ascendente reflejada en una serie de estadísticas de lo más dispares entre sí, tales como la de aumento de los divorcios, de malos hábitos alimenticios, de fracaso escolar, de consumo de alcohol-drogas entre los jóvenes, de ventas de coches y, en consecuencia, de aumento de la polución en las ciudades (¡esta sí que es buena!) y, así, lo que cada uno quiera imputarnos. Y es que, entre todos estos aumentos, sólo hay una disminución: el índice de natalidad. ¡Parece que somos nosotras quienes hacemos girar la tierra!

Algunos de estos artículos me han producido risa, y otros me han incitado a una reflexión, pero uno publicado en un semanal, en el que se denuncia la explotación de las abuelas por parte de las madres que trabajamos fuera de casa, no me ha dejado indiferente porque me ha parecido alarmante la ligereza con la que se nos acusa de abusar de las abuelas de nuestros hijos, es decir, de nuestras propias madres, por atender a sus nietos mientras nosotras estamos en el trabajo. En ningún momento se menciona que el abuelo sufra este tipo de explotación. Curiosamente, tampoco se menciona en todo el artículo la palabra padre y, por ende, no existe la abuela suegra.

Mi madre y mi suegro se turnaron durante años para atender a mi hija a la salida del colegio cuando ésta era pequeña: la llevaban al parque, le daban la merienda, la consolaban cuando les contaba que había llorado en el recreo porque se había caído, la felicitaban cuando les enseñaba el círculo verde que el profe le había dado por haber trabajado bien, y también la regañaban suavemente cuando les decía que se había pegado con su amiga por un rotulador de color azul brillante que ambas querían utilizar a la vez, y le explicaban el significado de la palabra compartir.

Es cierto que no le he agradecido a mi madre ni a mi suegro el favor económico y la tranquilidad que nos han brindado a mi marido y a mí al ocuparse de nuestra hija, y no tener, así, que contratar a una canguro, pero reconocerles eso sería fácil. Lo que ya sería mucho más difícil, porque no encuentro las palabras adecuadas, es agradecerles el favor emocional que le han hecho a mi hija al poder criarse en contacto con sus abuelos, pero ella sí se lo está agradeciendo con hechos. Ahora tiene 15 años, y sigue contándoles todas sus alegrías y tristezas, y dándoles los mismos besos y abrazos que cuando tenía 5 años, y haciéndoles reír cuando les replica con alguno de los refranes que durante años les ha oído decir a ellos.

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