Vivir en Oviedo

3 de Abril del 2014 - José María Martínez Vallina (Oviedo)

Quienes llevamos muchas décadas viviendo en Oviedo, prácticamente desde nuestra infancia, hemos abrazado la vetusta ciudad como si fuese nuestra. Casi todos procedemos de diferentes pueblos de Asturias, donde qué duda cabe están nuestras raíces, pero donde verdaderamente nos sentimos en casa es precisamente en Oviedo. Durante muchos años si uno quería estudiar, si quería mejorar su calidad de vida, tenía necesariamente que trasladarse a la capital. Aquí estaban todas las oportunidades, o al menos eso nos hicieron creer nuestros padres, gente humilde de aldea que, como todos los padres, querían lo mejor para sus hijos. Muchos fueron los que de mi generación llegamos a la ciudad de "La Regenta" con un escaso bagaje material y con muchas ilusiones inculcadas por quienes ya vivían en ella. La adaptación no fue fácil, la vida era muy distinta y los que llegábamos, casi siempre niños imberbes, apadrinados por un benefactor que pagaba nuestros estudios, nunca habíamos salido de ese pueblo pequeño en el que la vida transcurría con tranquilidad y con gran sencillez. Oviedo era la gran urbe, la de los edificios majestuosos, la de los señores trajeados, las representaciones de ópera... Y sus fiestas: ese Día de América, la Balesquida, el Día de Campo, San Mateo... Todo era una fascinación para quienes entonces éramos niños descubriendo el mundo. Poco a poco, pasamos a integrarnos en esa sociedad tan diferente a nuestros orígenes. Y así construimos nuestra vida, así anclamos una parte de nuestras raíces en Oviedo. En ocasiones hasta trajimos a nuestros padres para rescatarlos de las incomodidades de la vida del pueblo. Ahora, que ya no somos niños, que la fascinación se ha esfumado y que nuestro tiempo laboral ha concluido, seguimos en Oviedo: seguimos disfrutando de las posibilidades de la ciudad. Así un grupo de amigos, casi ninguno nacido en Oviedo, cada mañana como si de una gran travesía de montaña se tratase nos permitimos el lujo de subir al Naranco, de contemplar sin cansarnos nunca de hacerlo los monumentos del prerrománico, esa joya histórica de nuestro Principado de Asturias. Y desde lo alto, cuan si hubiésemos coronado una gran cima, disfrutamos de la panorámica urbana. Luego, seguimos disfrutando a la vera de un café con leche en cualquiera de nuestros establecimientos, hojeando y comentando, precisamente lo que dice LA NUEVA ESPAÑA, el periódico de toda la vida. Y así Oviedo sigue acogiéndonos, como cuando éramos niños, ahora que ya peinamos canas.

José María Martínez Vallina .

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