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Apología de Pérez de Ayala, Ortega y Platón

9 de Abril del 2014 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

El domingo 30 de marzo Xuan Xosé Sánchez Vicente publicó en LA NUEVA ESPAÑA un artículo titulado «El síndrome de Platón» que, junto al subtítulo «A propósito de los intelectuales iluminadores y salvadores que están convencidos de poseer la clave del futuro», anticipa lo que será una invectiva contra Platón y otros intelectuales.

Sin citar los méritos del ovetense Pérez de Ayala (1881-1962) como escritor comprometido, el autor se centra en que «se creyese poseído de la dignidad y del derecho a ser recibido como persona y como intelectual» quedando «tremendamente irritado por aquel desprecio» de que Franco no le quisiera recibir. Cuenta el articulista que también Ortega quiso entrevistarse con el dictador, pero que «Franco ni lo recibió ni quiso saber nada de tal monserga» y, por ello, Ortega se quejó diciendo «que quería ser altivo desprecio, pero que era, más bien, patética reacción ante la humillación». Así, tampoco había una palabra de elogio para este pensador e intelectual.

Antes de proseguir con el texto de Sánchez Vicente, cabe recordar la brillante obra literaria de Ramón Pérez de Ayala, con sus tres libros de poemas, cuatro de ensayos y doce de narrativa, que culminan con «Belarmino y Apolonio», considerada una de las obras cumbre de la novela española contemporánea; la novela pedagógica «Luna de miel, luna de hiel», y las dos últimas, «Tigre Juan» y «El curandero de su honra», con notable contenido intelectual. Asturias ha sabido corresponderle dando su nombre a su biblioteca o a calles en Oviedo, Gijón, La Felguera, Mieres, etc., lugares donde también existen calles «Tigre Juan», título de una obra ya citada. Además, «Tigre Juan» da nombre a uno de los premios literarios más importantes del país.

Sobre José Ortega y Gasset (1883-1952) también cabe recordar que es uno de los intelectuales más importantes del país, de bella prosa, con los ocho tomos de artículos y ensayos en «El Espectador», la fundación de la «Revista de Occidente», y numerosas obras de naturaleza cultural, estética o sociopolítica como «El tema de nuestro tiempo», «España invertebrada» y «La rebelión de las masas», entendiendo como masas no las populares, sino una parte de las dirigentes. Creía que uno de los males del país era el «politicismo integral» (la invasión de todo por la política).

Y ¿qué decir sobre el ateniense Platón (428-347 antes de Cristo), uno de los más ilustres pensadores de todos los tiempos? Discípulo y transmisor del pensamiento de Sócrates, fundó la Academia, escribió al menos veinticuatro diálogos sobre diversas materias, «La Apología de Sócrates», «La República» y «Las Leyes». Habiendo sufrido, en su juventud, el gobierno de los Treinta Tiranos, se ilusionó por la democracia, aunque luego le desilusionó, entre otras razones, por el proceso y condena de Sócrates. En «La República» mantiene que el bien de la sociedad debe basarse en la justicia –del Estado y del individuo–, además de en la prudencia, la fortaleza y la templanza –cualidades asumidas después por el cristianismo como virtudes cardinales–. Para conseguir tal objetivo, propugna una república aristocrática, es decir, el gobierno de los mejores.

En el artículo aquí glosado, don Xuan Xosé parece reprochar a Platón su actitud por «su intento fracasado de organizar política y socialmente la Siracusa del tirano Dionisio», por lo cual «sería [Platón] el arquetipo de esa actitud pretenciosa en el alcance de su eficacia, infatuada en el ego de quien la sostiene, que es propia de muchos de los intelectuales u hombres de cultura...». A esto sigue un largo párrafo sobre «intelectuales iluminados y salvadores... funcionarios de causas», etcétera. Tampoco se salva de reproches la generación del 14 con «la pretensión de que disponían de un elemento óptimo para escudriñar el mundo y dirigirlo hacia lo mejor, y la soberbia de disponer de él en exclusiva», ni «esos intelectuales de segunda fila y lacayos del capitalismo que se creen el cerebro de la nación».

Los viajes de Platón a Siracusa, para tratar de que los tiranos Dionisio el Viejo y Dionisio el Joven cambiaran su política, y su rotundo fracaso en dicho empeño, que le costaron a Platón una vez la esclavitud y, otra, la cárcel, no son muestra de engreimiento ni motivo de censura, sino de agradecimiento por su intento. Lo mismo podría decirse de los fracasos de Pérez de Ayala y de Ortega, 24 siglos después, por no ser recibidos por Franco quien, por cierto, según recuerda el señor Sánchez Vicente, dijo a Rocamora «no se fíe usted de los intelectuales». Tampoco creía el general que los intelectuales pudieran arreglar el mundo.

Sólo queda por decir, a propósito de la generación del 14, mejor conocida como novecentista, censurada, sin distingos, en el citado texto, que incluye escritores tan notables como Gabriel Miró o Ramón Gómez de la Serna, e intelectuales como Luis Araquistaín, Salvador de Madariaga, Xavier Zubiri, el barcelonés Eugenio d’Ors y el gran olvidado, el ovetense Fernando Vela (1888-1959), todos ellos con sus valiosas aportaciones a las letras y al pensamiento español.

El lector interesado en leer –o releer– el artículo «El síndrome de Platón» y en corregir o completar estas líneas con lo que allí se dice sobre Platón, Ortega y Pérez de Ayala puede acercarse a la Biblioteca de Asturias Pérez de Ayala, donde, sin duda, le facilitarán el diario.

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