A propósito del trasplante hematopoyético número 1.000
El pasado 11 de marzo, al abrir las páginas de su diario, leí la noticia del trasplante hematopoyético número 1.000.
Siempre que aparece en los medios de comunicación alguna noticia sobre los avances y logros de este servicio o de hematología siento una inmensa alegría, y en esta ocasión doblemente porque yo formo parte de esa lista, y creo que pocas cosas hay tan merecidas como estos reconocimientos que de vez en cuando salen en la prensa.
Para mí es todo un honor y un orgullo formar parte de ese millar de trasplantados y de ser paciente del doctor Vallejo.
Mi relación con esa unidad viene de lejos. Soy toda una veterana, pues comenzó en el año 2001 siendo paciente de la doctora Rayón primero, de la doctora Carrera después y actualmente del doctor Vallejo.
Con esta « historia curricular» es lógico que pudiera esquivar a la muerte y seguir con vida trece años después. Todos los pacientes hematológicos y trasplantados saben de lo que hablo, por eso siempre me digo a mí misma, y a quien quiera escucharme, que soy muy afortunada.
En diciembre de 2009 me hicieron un trasplante de médula con células madre de cordón umbilical. Un bebé valenciano también tuvo todo que ver en este nuevo soplo de vida.
Pasé las navidades en la habitación 534 y un trocito de mi corazón se quedo allí para siempre.
Nunca podré olvidar el trato inmejorable que me dispensaron, la preocupación, los cuidados y el esmero de todo el equipo médico y de enfermería. No puedo hacer ninguna objeción, poner ningún «pero» o decir si algo podría ser mejorable, porque el trabajo que allí se realiza es, sencillamente, perfecto. Y, precisamente por esto, pasados ya unos días de mi ingreso, supe que me iba a curar: todo aquel trabajo y desvelo no podía ser en vano.
Mis visitas ahora son menos frecuentes, pero siempre que voy me siento a salvo. Hay una luz muy especial en esa unidad, una sincronía perfecta entre todos los que allí trabajan y nos atienden; siempre dispuestos a ayudar, a sanar, en definitiva, a dar vida. Es muy gratificante enfilar aquel pasillo y encontrarse siempre con una sonrisa: la de Rubén, Ángela, Rebeca, José Antonio, Eva y tantos otros que forman parte de ese magnífico equipo. Pero a Eva le tengo un cariño especial porque mi relación con ella comenzó en ese 2001, en mi primera visita al hospital de día. Ella y Azucena siempre estaban allí al pie del cañón. El gesto de Eva es entrañable; su mirada tranquiliza, sosiega y da paz.
Por todo lo dicho, no entiendo los tejemanejes de nuevos nombramientos, ceses, autos judiciales, recursos y otros desmanes que últimamente están saliendo en prensa, poniendo en peligro la supervivencia de esta unidad y de nosotros, los pacientes. Quiero decir a las autoridades correspondientes que dejen de hacer experimentos: algo que funciona no tienen por qué moverlo. Y que cuiden de esta unidad y de sus responsables porque son la «joya de la corona», porque hacen bien su trabajo, porque saben de lo que hablan y lo que hacen, porque son competentes y porque curan y salvan vidas. Por favor, cuídenlos mucho, mucho, para que no se vayan y para que puedan seguir haciendo su trabajo.
El doctor Vallejo y su equipo pueden dormir muy tranquilos, con la satisfacción del trabajo bien hecho. Otros no sé si podrán hacerlo con la misma tranquilidad. A los que me atendieron a lo largo de estos 13 años: doctora Vallejo, doctora Rayón, doctora Carrera (ahora jubilada) doctora Muñiz, doctora Ana Julia, y a todos los que forman este magnífico equipo, gracias, muchas gracias.
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