Estrella mi cuentín
Salen con sus chaquetillas blancas patrocinadas, engominados y sin una mínima mancha de grasa, porque su cocina no destila tan humilde elemento.
Se les suele ver fuera de donde deberían estar, por lo que frecuentan platós de televisión con vitrocerámicas de postín, talleres de clases magistrales previo ingreso en cuenta, revistas domingueras de periódicos y recogiendo premios por salvarnos la vida con ese nuevo concepto del huevo frito.
En la cocina no, señora, que eso mancha y luego huelo a fritanga.
Mi cocina es un concepto, algo intangible, dicen, con micrófono en la mejilla, mientras deslizan un plato cuadrado de pizarra con una proporción cincuenta a uno entre continente y contenido.
Y el común de los mortales acude boquiabierto y cautivado a ese despliegue de espumas, reducciones y nitrógenos a 50 pavos los 100 gramos.
Yo, por mi estrella, ma-to.
Se pasan por el forro de sus santísimos crujientes todos los sistemas de sanidad. Cocinan en televisión sin cubrirse la cabeza y con pendientes orejeros, que para eso se curran la modernidad y la vanguardia culinaria. Proclaman a los siete vientos que sus patatas son ecológicas, que es como se llama ahora a echarles cucho como abono.
Y la gente pica, claro.
Y el periodista los endiosa y el fotógrafo ya no sabe si meterlos en una perola o qué hacer para que el reportaje sea más original y más caramelizado. Y los anuncian gratis, oiga.
Su cocina casi siempre es una herencia de la larguísima tradición familiar que se remonta a los orígenes de la creación y se lo deben todo a sus padres y tal y tal. Pero la madre sigue pensando que la gente sale con hambre y en Benidorm no sabe cómo explicar a sus amigas del parchís dónde radica el éxito de las texturas de su hijo.
No, para dentro de tres meses es muy pronto, caballero, pero para las Navidades que vienen tienen un hueco a las 2 de la tarde.
Luego llega la p... realidad de la retaguardia. La del 90% de los no-espumosos y no-nitrogenados. La realidad de los que cumplen como pueden con un APPCC de dudosa eficacia y que cada vez se complica más y ahora me lo lleva mi sobrino. La realidad de la chaquetilla manchada y sin glamour, la de los palillos en la mesa, mantel de papel y el tinto con casera, y no se preocupe que en un minutín le cambio el segundo por escalopines al cabrales. La de los profesionales de las doce horas por jornada que sacan adelante todos los días una cocina con menús de cuatro platos a elegir, a 9 euros, con vino, pan y café incluido. La realidad de los que tienen varices a los treinta años y se anuncian en la hoja deportiva.
¿Cómo no te va a reñir Chicote?
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