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¡Callaí! ¡Callái! ¡Que vais volveme llocu de la cabeza!

12 de Abril del 2014 - Francisco Serrano Pérez (Salinas)

Era por los años cincuenta, en Mieres, cuando los guajes avistábamos a Manolín y le gritábamos aquello que, de sobra sabíamos, más le disgustaba:

–¡Manolín, vas a morite! Su respuesta era correr detrás de nosotros, esgrimiendo un palo que siempre llevaba consigo, mientras nos gritaba: –¡Callái! ¡Callái! ¡Que vais volveme llocu de la cabeza!

Esta frase me ha hecho pensar a menudo y la he utilizado en múltiples ocasiones. La aparente reduplicación que encierra –nadie se vuelve «llocu» de los pies– acaba confiriéndole una sonoridad tal que la magnifica.

Han pasado muchos años, y esto que escribo lo hago desde el más profundo de los respetos hacia el personaje citado. Él ha desaparecido, cumpliéndose fatalmente nuestra premonición, mientras que nosotros... Nosotros hemos alcanzado una edad tal que ya estamos bastante bien situados y cercanos a ese final que a todos llega.

Esto me ha quedado patente hace unos días, cuando renovando el DNI me ponen como última fecha de una posible renovación el 1 de enero del 9999.

Es decir, dentro de 7.985 años. Se me ocurrió pensar que dentro de todo ese puñado de años yo tendría un aspecto en nada parecido a la foto que lleva el documento, pero seguro que eso no le va a preocupar a nadie. Aun así, el solo acto de pensar en eso hizo que algo de lo que llevo por dentro se me encogiera, y no poco.

Hace una semana acompañé al Orfeón de Castrillón, que iba a actuar en Portugal, en Viseu. Este viaje fue, también, una ocasión para saludar a amigos del Bachillerato y a antiguos compañeros de trabajo, componentes hoy del mencionado orfeón. Me llamó la atención el que al hablar con ellos surgiera con naturalidad el tema de las postrimerías. Hasta hubo uno que me conoce desde hace poco menos de sesenta años que me dijo que yo tenía ventaja porque era creyente. Luego, al oírlos cantar, entendí que debe de ser difícil, o muy difícil, recitar las frases que componen el cántico del «EIí, EIí», de Bardos, y que hacen referencia a la muerte de Cristo en la cruz, y no ser creyente.

Y cantaron. ¡Vaya si cantaron! ¡Cantaron muy bien, y sentí un sano orgullo!

Sí, la muerte nos asusta, y más la propia muerte. La religión nos lo recuerda cuando al rezar el «Ave María», la oración más común, nos hace decir «ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Se trata, sin duda, del momento más importante de nuestra vida, justo en el momento en que dejamos de representar el papel que hemos venido asumiendo en esta enorme obra de teatro, como la concebiría Calderón. Es como devolver la lámpara en la lampistería de la mina o «entregar la cuchara», como dice mi amigo Lai, que prefiere dar a entender con esa frase que a donde quiere ir no hay «caldinos» sino «tayaes». ¡Bueno! ¡Caldinos, también!

A partir de ahí, lo único que se ve son las palabras «The end» en foto fija.

Por descontado que entiendo que hay otras maneras de explicar ese momento muy distintas de lo que yo apenas he dibujado. ¡Viva la libertad!

Pero mientras estemos vivos y a pesar de lo escrito hasta aquí, el ser humano no se rinde fácilmente, y ante alguna de las mentecateces que nos regala cada jornada, a mí por lo menos me siguen entrando unas ganas tremendas de parodiar a Manolín y salir gritando a la calle con todas mis fuerzas: ¡Callái! ¡Callái! ¡Que vais volveme llocu de la cabeza!

Y por eso escribo.

Porque me molesta la mendacidad especialmente; pero me molestan también, y en grado sumo, las palabras y las actitudes de los «espabilaos» que en política, en el mundo de la prensa o de la radio, en el proceloso mundo del comercio y de la propaganda, etcétera, piensan que los demás somos tontos y pretenden dirigirnos. Porque –¡está muy claro!– ellos sí saben perfectamente lo que los demás hemos de hacer.

¡Y un cuerno, con perdón!

Y repito, otra vez y con más ganas: ¡Viva la libertad!

En el fondo se oye «Knockin’on Heaven’s Door», del mejor Bob Dylan.

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