En Tierra Santa los cristianos son constructores de paz
Todos los años, por estas fechas, la memoria nos recuerda la Tierra Santa, «la Tierra del Señor y del comienzo de la Iglesia». Ya habíamos realizado las colectas para los pobres en Navidad y Reyes, la campaña contra el hambre en febrero y la del Seminario en marzo. El Domingo de Ramos, al presentar esta colecta para la Tierra Santa, la señora mayordoma parroquial me dice, desde su banco, en misa: «Pero, don José, ¿otra colecta más?». Al momento recordé lo que siendo yo niño había dicho mi anciano párroco don Francisco Maestre y que en seguida les repetí a dichos feligreses: «Hijos, hoy pedimos para descendientes pobres de las familias de Jesús, José y María, de los apóstoles y de los primeros cristianos de Jerusalén, Belén, Nazaret, Samaria, etcétera, que siguen viviendo allí; no se marcharon porque allí tenían sus trabajos, sus oficios y sus campos e iban tirando, pero eran pobres y lo son sus descendientes. Ya entonces, Santiago el Menor, primo del Señor, primer obispo de Jerusalén, aprovechó un encuentro con San Pablo y le pidió que los gentiles convertidos por él ayudaran a sus pobres: «Ya ves, le dijo, todos ellos lo están pasando mal». No tuvo que decir más; allí mismo San Pablo le dio la bolsa que le entregó su familia y lo aportado por sus amigos de Tarso, donde nació. Y días después hizo la primera colecta de la Iglesia (ROM, XV, 25-28), recogiendo cuanto le daban los de Roma, Corinto, Éfeso y las demás iglesias que fundó y lo envió a Tierra Santa. Esto mismo hicieron San Pedro, Tito, Timoteo en Antioquía, Siria, Persia, Egipto, Libia, Túnez y los siete primeros obispos nombrados por San Pedro para España. La generosidad de estos cristianos gentiles hizo que la Iglesia, por medio de los diáconos, organizara, con unos grupos de seglares, lo que hoy llamamos Cáritas; así lo atestigua Tertuliano, que relata «que existían listas de los necesitados de alimentos, de los enfermos para cuidarlos y llevarles la sagrada comunión, de las viudas pobres y de los niños abandonados a las puertas de las iglesias y las ermitas: amigos, cuántos santos, sabios, escritores, marinos, científicos... habían sido esos niños no abortados y por qué al abrir las puertas matrimonios cristianos los amaron, les dieron estudios y trabajo, les hicieron vivir felices y fueron grandes personas en la historia de la Iglesia y de sus países.
Con suma atención escucharon la homilía y así en aquella parroquia, en 2009, el Viernes Santo, tras recoger las limosnas en la cesta y los sobres y contarlo todo... habían entregado más del doble de otras colectas e igual que en la de Cáritas. Y luego muchos de ellos me dijeron, al enterarse bien, que «los emocionó saber que también ellos hoy podían ayudar a los pobres parientes, aunque lejanos de Jesús, de la Virgen de las Angustias al pie de la cruz y de María Magdalena, su patrona».
Y otro dato de necesidad en Tierra Santa: allí «los cristianos son constructores de paz». El Papa Francisco I ha escrito: «Hay un vínculo inseparable entre la cruz y la paz».
Subtítulo: Sobre lo que se necesita para el mantenimiento de los satos lugares
Destacado: Pablo VI dijo, en su peregrinación a Jerusalen hace cincuenta años: «... Confiamos en que los fieles del mundo entero incrementarán sus ofrendas en esta colecta para la Tierra del Señor»
«Sí, Santo Padre», le recordaba el patriarca emérito Michel Sabbahh en su visita, «la cruz ha acompañado a la comunidad cristiana de Tierra Santa a lo largo de la historia, Iglesia de cruz y calvario. La paz es la herencia de Jesús resucitado conseguida con su muerte en el calvario, derribando el muro de la enemistad y el odio: «Mi paz os dejo» y «Paz a vosotros» que nadie os podrá arrebatar, como la alegría sólidamente enraizada en el corazón de los cristianos: esa paz que están «construyendo los cristianos entre judíos y árabes». En esa Tierra del Señor es obligado citar a San Francisco de Asís, «el hombre de la humildad y de la paz, que se arriesgó a ellas, y presentarse ante el sultán con «propuestas de paz», y siempre aconsejó a sus frailes enviados a «tierras de sarracenos y otras regiones que tuvieran estas tres actitudes: no entrar en peleas y rechazar altercados, estar sometidos a todos y confesar que sois cristianos». Que tuvieran «un comportamiento verdaderamente pacifista, capaz de acabar con la violencia, atrayéndolos por la paz, la bondad y la concordia, frutos de vuestro amor a todos». Recordando a San Francisco de Asís, en una de sus homilías en la catedral de París, el canónigo Bossuet pudo decir: «Hermanos, las manos levantadas al cielo derriban más batallones que las manos armadas de lanzas».
Ahora, a los cincuenta años de la peregrinación de S. S. Pablo VI y del patriarca de Constantinopla Atenágoras, que se abrazaron en Jerusalén entre alegría y lágrimas de los franciscanos custodios de los santos lugares, quiero comunicar y recordar el resumen de las disposiciones de Pablo VI en favor de los cristianos de Tierra Santa: «Quered su bien, orad por ellos y ayudadlos», y movido por la llamada de su pobreza y por nuestro compromiso pastoral renovamos las normas de San Pedro y San Pablo, «de nuestros predecesores y de los papas León XIII y Juan XXIII» para realizar la colecta pontificia, única en España y en otras naciones católicas: «Una vez al año, el Viernes Santo, junto con las oraciones por los cristianos de Tierra Santa, se hará una colecta destinada a ellos», y añadió: «Adviértase a los fieles con anticipación (o sea, el Domingo de Ramos, añade un servidor) que dicha colecta es no sólo para el mantenimiento de los santos lugares, sino, principalmente, para las obras pastorales: asistenciales (a pobres y enfermos), educativas (para niños) y sociales en beneficio de todos sus hermanos cristianos y de las poblaciones locales», que incluyen también a judíos y árabes. Y concluyó así Pablo VI: «... Confiamos en que los fieles del mundo entero incrementarán sus ofrendas en esta colecta para la Tierra del Señor».
Quedo a vuestra disposición en la catedral de Oviedo.
José Fuentes y García-Borja, «Padre Fuentes»
Oviedo
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