Está muerto
En un intento de no sumergirme en el desarrollo técnico tardé en instalar el teléfono fijo. De aquella aún conseguía ver a los amigos una vez a la semana: a la hora de siempre, en el café de siempre. Pero llegó un momento en que sólo yo aparecía para el café. El café quedó muerto y cerró.
Instalé el fijo y conseguí volver a comunicarme con los amigos. Al menos media hora a la semana pude disfrutar del sonido de sus voces al otro lado de la línea. Este placer duró poco, pues los amigos no tardaron en guardarse un teléfono en el bolsillo. Y ya no contestaban a unas llamadas demasiado caras para unas amistades tan cercanas, a las que podían ver en cualquiera de esos momentos que nunca llegan.
Decidió mi hermano regalarme un móvil. El vendedor ya le advirtió de que la voz estaba muerta e intentó lanzarle a la siguiente generación sin éxito. Me uní al mensaje corto, utilizando la telecomunicación en distancias demasiado pequeñas como para que mereciese la pena recorrerlas. Y en mi romanticismo, disfrutaba pensando que al menos los amigos me dedicaban unos minutos marcando atropelladamente las teclas de camino a cualquier sitio.
Ahora que ha muerto el SMS, vuelve a estar vacío el otro lado. Los amigos transportan un smart en sus manos y las deslizan por la pantalla para mensajería Whatsapp a tiempo real barato. Narrando sus vidas hasta extremos antes insospechados.
Al parecer, alguien ha desarrollado una aplicación que, tras una semana de uso, consigue emular el estilo propio de los mensajes del emisor y es capaz de seguir un hilo de conversación sin que los amigos lo perciban. También al parecer, ha habido personas conversando con otra que nos había dejado, hasta que su otra batería se agotó. Porque el desarrollador no supo cómo matar la conversación al mismo tiempo que a la persona y terminar la App con un Whats como: El hombre está muerto.
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