«El Salvador», libro de Ángel Solís Álvarez
Hay nombres con sabor amargo, otros que saben a miel. Uno de ellos que saben a miel, Ángel Solís Álvarez, que regaló a familiares, amigos, conocidos y afines –entre los que debo encontrarme– un libro titulado «El Salvador», formato cuaderno 283 páginas, el autor participando de la misión eclesial, presta su colaboración ofreciendo una tesis de meditación de su palabra y recogido de conclusiones de testigos cualificados sobre la presencia activa salvadora, como ya lo hiciera con su anterior obra «Tú eres nuestra luz», de cuyo nacimiento se cumplen ahora doce años, y que merece la pena recordar y celebrar todavía. Y no es arrogancia lo del señor Solís, porque el creyente no es arrogante; al contrario, la verdad lo hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que lo abraza.
Pocos placeres hay tan edificantes como leer un buen libro. Concentrado y en la mano con el que nos ofrece Ángel Solís, nos hace felices, porque expresa bien qué significa vivir en el horizonte amplio de la fe, cuya novedad e incidencia en la vida de los hombres desde el principio se había expresado con el símbolo de la luz, a menudo ha sido descalificado como la oscuridad que se opone a la luz de la razón. No hay una verdad absoluta, ni una serie de verdades relativas o subjetivas de hechos, nosotros captamos la verdad y expresamos desde nuestra historia y cultura, desde la situación en que vivimos, pero eso no quiere decir que la verdad sea variable y subjetiva, sino todo lo contrario, pues nos indica que se nos da siempre como camino y vida, que unido con la otra palabra verdad y siendo una sola cosa nos da la buena noticia que proclama el autor en el prólogo de su obra «El Salvador», obsequio para mí muy apreciado, ocasión de agradecimiento por mi parte.
Un gran libro este que Ángel Solís publica ahora que la escritura consiste en no escribir y la lectura en no leer, en el 50.º aniversario de su ordenación sacerdotal, que ejerció durante nueve años, se secularizó y contrae matrimonio, pero que sigue teniendo despierto el sentido de la esperanza, he leído su libro con deleite y agrado, tiene lo mejor que se le puede pedir que facilita su compresión, puede ser un excelente espejo en el que mirarnos, para seguir reconociendo quiénes somos o para seguir buscando quiénes debemos ser, pasará a formar parte de la cultura universal y sus consejos, y orientaciones por las mayas del tiempo, como el agua que fluye de manera continua.
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