El mamotreto

25 de Abril del 2014 - Carlos Moreno García (Gijón)

Nació con vocación veraniega, atlántica y sidrera. Se nutrió con airón y castañas. Y se consolidó con lazos dorados, bolas coloradas y demás parafernalia navideña. Estaba cantado, vino para quedarse. Y ahí lo tenemos, como Dios, eterno e inmutable. Me refiero al mamotreto. Ahora se le buscará alguna relación con la primavera y no sería de extrañar verlo adornado con flores de plástico y paxarinos de mentira. Y luego, del tirón, a cerrar el ciclo otra vez con la programación festiva veraniega. No sé, igual lo vemos decorado con un ahorcado bajo pretexto de la Semana Negra. El caso es que el mamotreto permanezca.

Para quien todavía no imagine de qué hablo lo aclaro: el mamotreto es ese engendro confeccionado con botellas plantado en la acera del muelle, en las inmediaciones de la estatua de Pelayo. Más horroroso si cabe por la noche, cuando lo iluminan los fluorescentes colocados en el interior, con esa estética kitch más propia de la decoración plastiquera de un centro comercial norteamericano.

Pero no vayan a creer, queridos lectores, que el mamotreto es sólo un capricho de mal gusto pero barato. 30 o 35 mil euros, según diferentes informaciones aparecidas en la prensa local. Pues bien, a poca distancia del mismo, en diversos lugares de Cimavilla, se pueden observar algunos deterioros apreciables a simple vista, deterioros en los que no se interviene habrá que suponer que porque no hay cuartos en plenos recortes, aunque sí los hubo para el engendro.

Por poner algún ejemplo, 1 farol en la calle Artillería, a la altura del número 28, y otros 4 en el tramo de vía que sube desde el edificio de Cruz Roja hasta los cañones y la pista de patín. ¿Faroles? Mejor digamos el fuste, la columna para que nos entendamos, porque de los 5 falta la luminaria, la parte superior donde normalmente se halla el punto de luz. 2 años, 2, que se dice pronto, llevan los faroles sin la parte de arriba. Y gracias que se retiraron, porque verlas colgando de los cables no sólo hacía mal efecto, sino que constituía un peligro para viandantes.

Y qué decir de los adoquines, no sólo en esa zona, sino por la generalidad del barrio alto. Tan separados entre sí que en algunas partes cabe un puño entre piedra y piedra. Si a eso le añadimos el frecuente paso de vehículos por encima, no es de extrañar que aparezcan los boquetes que a modo de baches se producen con cierta frecuencia. Así desde idéntico plazo de dos años como los faroles. Qué cuayu.

Bueno, se ocupará de ello el Ayuntamiento, pensarán ustedes. Pues no, ni el Ayuntamiento ni nadie, como no sea el voluntarismo de algún que otro viandante que de vez en cuando vuelve a poner un adoquín en el hueco dejado tras levantarlo la rueda de algún coche. Qué risa, cuando una mujer con tacones aparca y tiene que cruzar por semejante vía. No vean qué comicidad intentando no caerse. Es tan gracioso que no me extrañaría que formara parte de la programación de festejos.

Claro que no todo es culpa de la corporación actual. Por ejemplo, algún genio de las anteriores miró un catálogo de posibles faroles y escogió el modelo actual, con esas cuatro patinas férreas que sostienen las luminarias, sin tener en cuenta para nada cómo les podía afectar la corrosión por salitre ni los frecuentes vientos. Y algún despierto ecónomo decidió usar menos adoquines por metro cuadrado aunque para ello hubiera que ponerlos más separados. ¿Que eso empeoraba la sujección a la vía e implicaba trabajos de mantenimiento más frecuentes? Qué más da, hombre, si estábamos en pleno festival de dinero público. Y a fin de cuentas era trabajo, precario y temporal, pero trabajo al fin y al cabo. Nada de crearlo recortando horas extra estructurales en el Ayuntamiento, no, mejor lo otro. Como la dichosa máquina de granular superficies que año tras año martillea las aceras y los oídos, haga falta repasarlas o no. Uy, qué digo, claro que hace falta repasarlas. Con la intensa circulación de miles de peatones por Cimavilla, el granulado se desgasta y queda liso como un espejo, por eso hay que repasar las piedras.

Pues nada, queridos lectores, a tragar mecha, porque los ciudadanos comunes no tenemos ni idea de estas cosas. Estos asuntos hay que dejárselos a ellos, a los expertos, a los genios de uno u otro color. Nosotros a pagar y a callar. Y mientras tanto el mamotreto ahí sigue pues, salvo a "repunantes" como el que firma, a muchos les gusta. Yo sólo digo que, a la vista de toda la gente que se saca la foto con el engendro, no me extraña ni pizca que los políticos sigan partiendo el bacalo como les plazca y perpetuándose en el poder hasta el infinito y más allá.

Amén.

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