Da pena

28 de Abril del 2014 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Comencé a trabajar para una empresa propiedad de una familia que hacía hornos industriales para la metalurgia y que, viendo que tenían que comprar en el extranjero tecnología a través de intermediarios, crearon la empresa en la que entré a trabajar para que se encargase de las negociaciones. Ganaban allí, donde antes se perdía. A partir de entonces acero, refractarios, oleohidráulica, regulación electrónica y hasta el tratamiento del aire comprimido fueron mi preocupación; pero, principalmente, los mecanismos que, accionados por la oleohidráulica, controlaban los flujos del acero. Tardé en darme cuenta de que esa actitud empresarial de perpetua búsqueda más allá de los clientes no era común en otros sitios. Fueron años difíciles de intenso trabajo. Luego (hace 37 años) oposité para funcionario como instructor de automatización oleohidráulica: primero en el SEAF-PPO, luego en el INEM y ahora, por último, en el SEPEPA, siempre convencido de que el aprendizaje no acaba en la formación inicial, sino que es ocupacional y permanente. Últimamente, PISA nos informa de que, en el uso de aplicaciones, nuestros jóvenes han demostrado poca habilidad, siendo una de esas aplicaciones la regulación de temperatura. ¿Desde cuándo son del procomún conceptos como el calor y su acumulación por las masas con incremento de temperatura, o la tendencia inevitable de su flujo en la búsqueda de potenciales más bajos, o que el detener ese flujo es la verdadera dificultad, o que, para calentar una habitación, más que dar calor (nuestro cuerpo viviente lo da siempre) hay que evitar las fugas para que no se enfríe? No, no aprovechamos tanto, ni preguntamos tanto, pues en la respuesta «Hazlo como te he dicho» va implícita la amenaza y la ignorancia, sin el más mínimo complot para investigar en equipo lo que no se sabe. Hace años impartía cursos de 500 horas de automatización oleohidráulica (en Barcelona) en perfecto complot con mis alumnos, que trabajaban o habían trabajado con dicha tecnología. Ahora, no sé que será de esa formación, al no reconocérsele a la FP para la empleabilidad su hecho diferencial de contenidos más avanzados en el campo ocupacional y luego, más aún, en el específico, como es el caso de la oleohidráulica, donde, en el mundo académico, con apenas 60 horas, ya están satisfechos. Repasaba nostálgico los apuntes que nos fueron entregados por la Vickers para impartir en nuestros cursos (allá en 1977 cuando éramos SEAF-PPO) así como otros apuntes (del ICAI) y los comparaba mentalmente con la información sobre oleohidráulica que se usa actualmente por ahí fuera: daba pena, y más con todo el desarrollo tecnológico que ha habido desde entonces. Las pérdidas económicas, por la falta de destrezas cognitivas entre los técnicos y trabajadores de los sistemas productivos desde los pactos de La Moncloa, son muchísimo más graves que cualquier corrupción de millones que investigue la policía en los cursos de formación. El PIAAC nos lo dice bien claro: en Japón y Finlandia una de cada cinco personas adultas alcanza los altos niveles de competencia requeridos por la economía actual; en la mayoría de los países es una de cada diez y en España es una de cada veinte, lo que las aleja del mercado laboral. Y esto no para aquí, sino que sigue.

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