El mal catalán

28 de Abril del 2014 - Ricardo Soria Paloma (Gijón)

«Fins quan abusarà, senyor Mas, de la nostra paciència?». Permítame que se lo diga en una de mis dos lenguas maternas, que también son las suyas. Cada día leo en el periódico y veo en los informativos una nueva tontería, un nuevo atropello en la tierra de usted y mía contra el resto de España, que también es la tierra de usted y mía. No suelen ser muy graves, pero es un bombardeo constante. Por citar sólo dos acaecidas últimamente: en el libro de la exposición «1714. Memoria gráfica de una guerra», subvencionada con dinero público, han cambiado en un grabado de la época las banderas holandesas de los barcos enemigos por banderas rojigualdas. Si no fuesen ustedes tan peligrosos, serían de chiste. Unos paletos. Porque eso es un insulto a la inteligencia y al conocimiento. Pero no pasa nada, que para eso nos han administrado fútbol a diario, «Sálvames», telebasura, pornografía y series, etcétera, para que no estemos atentos a los problemas de nuestra realidad. Así, cada persona que pase por la exposición o lea el libro se quedará con la idea de lo malos malosos que son los españoles. Y también han recortado la educación para que pocas personas puedan saber, por ejemplo, que la bandera rojigualda la instauró Carlos III en 1785, 70 años después de ese asedio. Vaya, parece que el conocimiento y el estudio no son tan inútiles, aparte del papelito con el título de rigor: permite no ser un títere de los poderosos y ser libre, entre otras cosas. Pero usted, señor Mas, ya sabe del valor de la escuela. Una pena que no la valore como transmisora de conocimiento y libertad, sino como laboratorio de lavado de cerebros y evacuación de todo lo que suponga el resto de España, empezando por la lengua común. Y como parece que al decir esto deba pisar el freno o citar circunstancias personales para evitar que a uno lo llamen «facha», le diré que tengo dos hermanas en edad escolar en mi Barcelona natal. Y me cabrea mucho que utilice la historia o la lengua como meras herramientas políticas. Para eso sí que hay dinero y pueden gastarlo a manos llenas: una nueva cadena de TV independentista (saltándose a la torera los requisitos legales), subvención salvaje y opaca de medios de comunicación y asociaciones inefables como la ANC, restringir el acceso laboral a personas del resto de España (incluidos los mejor preparados; sale perdiendo el catalán de a pie, que no tiene culpa de nada si no pueden ir a trabajar allí los mejores médicos, profesores, empresarios... del resto de España y el extranjero), etcétera. Caso segundo: un tipo en Cataluña ha elaborado una lista de malos catalanes. No es un cualquiera y todos pueden ver el listado en su web: fue presidente del Institut Linguapax, fue director de UNESCOCAT, el centro de la UNESCO de Cataluña, y director también de la Fundació Catalanista i Demòcrata, ligada a Convergència Democràtica de Catalunya. No ha tenido que esforzarse mucho porque a diario aparecen esos malos catalanes vilipendiados por no opinar lo mismo que «los buenos». Sólo era cuestión de tiempo que alguien relevante reuniese en una lista a esos indeseables no nacionalistas para que todo el mundo los conozca. No pasa nada: ETA tiene sus listas; los nazis tenían las suyas; Cuba, Argentina, España con ambos bandos en la Guerra Civil... Toda dictadura que se precie tiene sus listas. A propósito, si leen estas líneas espero entrar en esa lista a hombros, por la puerta grande y con una cadena humana de bienvenida.

Una amiga alemana, residente en España, me dice: «Adoro España, pero ustedes los españoles se odian unos a otros». Tiene razón y éste es un gran ejemplo. Para unos, soy un «botifler» (traidor) catalán que ya no vive allí y que se siente muy a gusto en Gijón o en cualquier parte de España; para otros, soy catalán, debo de hablar unas veinte horas al día de independencia y cada día a las 17.14 hago 1714 reverencias en dirección a la montaña de Montserrat. No son distintas ambas posturas, puesto que en ambas hay desprecio y tozudez, los cuales provienen del desconocimiento. Y no es muy distinto el «Espanya ens roba» que la «gymkhana» de muchos en el supermercado: «¡A por los productos catalanes!». Como en un juego infantil de indios y vaqueros. De esto los políticos saben sacar tajada. ¿Cómo puede avanzar un país si estamos peleándonos unos con otros?

Ojalá pudiera ver el futuro con optimismo, pero las raíces de esta situación son muy profundas y no me parece que haya marcha atrás. Ya no vivo en Cataluña, sino en Gijón, pero no aguanto más. Me declaro vencido, superado por la situación. ¿Qué están haciendo ustedes con mi tierra, señor Mas? Es cierto que se conoce a un demagogo cuando habla en primera persona del plural: «Nosotros los catalanes, decimos...». «El pueblo de Cataluña quiere...». Así que dejen de hablar en mi nombre porque yo también soy Cataluña. Pero si ustedes triunfan (y lo más característico del nacionalismo es que sus quejidos son insaciables e interminables), Cataluña dejará de ser la tierra de mis 24 primeros años de vida, una tierra bella y maravillosa, con dos lenguas que adoro. No. Cataluña no será sino un nombre para mí, como lápiz o maleta. ¿Y sabe una cosa, señor Mas? Releyendo estas líneas para corregirlas he estado a punto de llorar.

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