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Triste desolación

28 de Abril del 2014 - Alejandro Tejero (Gijón)

La tarde del Jueves Santo flota por las bóvedas de las iglesias católicas los sentimientos y el sonido de las palabras «amor, caridad y toda clase de aleluyas» mezcladas con el olor de cera e incienso de una serie de personas embriagadas de ciertos sentimientos cristianos verdaderos o ficticios (¿?) inculcados por los ministros de la religión, en este caso católica.

No sé si por verdadera fe cristiana o una fe familiar o de cultura en el claro/oscuro de la tarde he entrado en una iglesia católica y me he encontrado solo frente a lo que llaman «Monumento» en el que de alguna manera se encuentra el Santísimo expuesto. Me he sentado en un banco en un silencio profundo, sólo roto por un breve y amortecido ruido producido por, supongo, un sacristán que cuidaba de unas lámparas eléctricas en una copilla lateral de la iglesia. He sentido en el fondo de mis sentimientos una «triste desolación» al ver en mis setenta y tantos años por primera vez un «Monumento» tan ausente de almas cristianas. Aunque tengo que confesar que me embargó un sentimiento de egoísmo pensando que aquel momento no tenía que compartirlo con nadie y lo disfrutaba yo solo. Acercose el sacristán y le expuse mis sentimientos de la triste «desolación», se limitó a decir, muy bajito, que no tenía ninguna explicación para ese suceso. Distinta es la soledad y silencio del Viernes Santo que invade todo sentimiento de pena, justificado por la muerte del «Conductor del mundo» y representado por la Cruz desnuda con la estola blanca por sus brazos y dos velas.

No sentí pena por el personaje (con el debido respeto) que encerraba aquel sagrario, sino por aquellas almas ausentes que hacía pocas horas le aclamaban con todo tipo de alabanzas y exaltaciones. Reflexioné sobre la necesidad de Dios del hombre y concluí que me parecía que había una cierta inversión de los términos (¿?) al decir que Dios había hecho al hombre a «su imagen y semejanza». Creo que el hombre ha hecho a Dios a su «propia imagen». Le ha investido de todos los atributos que el hombre desearía para sí. Dios ha dicho: «Yo soy el que soy» y no sabemos más de Él, si acaso por sus obras. De Jesús, una vez que sufrió el «salto cualitativo» por la Resurrección, nada sabemos, sólo también por sus obras. Dios no necesita del hombre como ser inteligente más que para que extienda su reino y conocimiento por el mundo. Pues si no hubiera creado al hombre inteligente, ninguna otra criatura lo podría reconocer.

Dios o cualquier otra persona, animal u objeto no existirían si no se conocieran por el hombre inteligente. Por la investigación conocemos microbios que hace un tiempo no existían porque no los conocía el hombre aunque realmente estaban ahí, existían. Dios, pues, no necesita al hombre para que lo adore, reverencie, contemple, haga promesas y rinda todo tipo de culto, ya que se encuentra en otra dimensión que el hombre sólo puede vislumbrar por la fe y sus obras (dicen). Así, pues, Dios sí necesita al hombre inteligente para que extienda su reino, conocimiento y existencia. Es cierto que yo no he resucitado con Cristo porque no he vivido su Pasión, pero sí he sido despertado por el «aldabonazo» de las treinta y tantas víctimas en los accidentes de tráfico en las carreteras españolas.

Pido disculpas de antemano (y soy consciente de lo delicado del tema) si estas reflexiones pudieran molestar u ofender a alguien, pero tengan en cuenta que son sólo eso, una reflexión de un hombre de la calle sin más trascendencia.

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