La Unión Europea ante el 25-M: presente y futuro
El 25 de mayo, todos los ciudadanos de los países miembros de la Unión Europea tenemos una cita con las urnas para elegir a nuestros representes en el Parlamento europeo. Me gustaría compartir, a través de estas líneas, una serie de humildes reflexiones que, a mi entender, pueden tener cierto interés.
Todos somos conscientes del desapego existente, en términos generales, hacia la clase política y del profundo desinterés (abstencionista) ante las elecciones europeas. No hace falta ser un prestigioso analista político para constatar el clima de escepticismo que esta convocatoria electoral suscita entre la mayoría de ciudadanos españoles.
En mi caso personal, por razones de edad, es la primera ocasión en que tengo la oportunidad de ejercer mi derecho al voto y lo hago, en consecuencia, con un verdadero sentimiento de responsabilidad e ilusión porque estoy convencido de que mi voto constituye la mejor y más eficaz herramienta de expresión de mis ideas.
Los ciudadanos no podemos ni debemos caer en el hastío, pese a que la difícil coyuntura socioeconómica conlleve, en un primer término, a la desesperanza. Tenemos que ser conocedores de la importancia de nuestro voto; y más aun en las actuales circunstancias de dificultad y desconcierto.
A mi juicio, no podemos concebir estas elecciones como un mero trámite electoral sin relevancia política, ni como una especie de plebiscito de aprobación o condena de la gestión de los diferentes gobiernos europeos. Sería pervertir el verdadero sentido de esta convocatoria electoral.
La Unión Europea es mucho más que todo eso: un proyecto que entre todos hemos ido construyendo. Una realidad jurídico-política que ha sido capaz de crear un clima de paz y concordia en el Viejo Continente a través de valores tan importantes como la unidad y el diálogo.
Bien es cierto que el azote de la crisis económica ha hecho que se evidencie en la Unión una serie de deficiencias en los mecanismos de control, gobierno y participación; pero no por ello, en un ejercicio de impía displicencia y frágil memoria, debemos renegar de todo lo conseguido hasta este momento. Tal peligrosa actitud se la dejamos a aquellos que pretenden hacer del «euroescepticismo» el fundamento de sus vacíos discursos políticos.
Por este motivo, no debemos perder la ocasión que la democracia nos otorga para orientar la acción de nuestros políticos y legitimar el papel de nuestras instituciones mediante nuestro derecho a voto. No caigamos, pues, en la crítica fácil y en la pasividad democrática: aprovechemos esta oportunidad para darle un nuevo impulso a la Unión Europea aunando esfuerzos para construir un futuro común de prosperidad, desarrollo e igualdad social.
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