La canonización de dos grandes Papas
Nos encontramos en estos días, y especialmente hoy, 27 de mayo, con la celebración inusual de un acontecimiento esplendoroso, que en adelante será recordado con gozo en el mundo cristiano. Coincide en el mismo escenario y en la misma fecha la canonización de dos grandes Papas: la de Juan XXIII y de Juan Pablo II. ¡Cuánto se podría hablar de la grandeza y santidad de estos dos hombres, que supieron dirigir con inmensa sabiduría y amor la Iglesia universal, en calidad de sucesores de Pedro y a la vez vicarios de Jesucristo en la tierra! En la misión que recibieron como pastores y guías supieron conducir a su rebaño con fidelidad y entrega total de sus vidas, hasta producir, con su inmenso esfuerzo y capacidad, hechos y acontecimientos relevantes, tal como constituyen en la historia de la Iglesia, el Concilio Vaticano II, las grandes y luminosas encíclicas y documentos que ilustraron nuestra fe y enriquecieron el acervo doctrinal del magisterio eclesiástico, junto con una mayor unión fraterna suscitada entre personas y pueblos, con motivo de innumerables visitas apostólicas y pastorales realizadas por todo el mundo, que sirvieron para encaminar a muchos por el camino de la santidad.
Subtítulo: Los ejemplos de Juan XXIII y Juan Pablo II
Para cualquiera de los humanos esta breve faceta biográfica de los mencionados Papas, atribuyendo a cada cual lo suyo, resulta de obligada aceptación y conocimiento. Para los que están, en cambio, más interesados en conocer el perfil psicológico de personalidad de nuestros protagonistas, seguro que resultará más idiosincrásico e incluso hasta más divertido entretenerse con el anecdotario de dos personajes singulares y originales. ¿Quién no asocia, por ejemplo, el aspecto bonachón de Juan XXIII con el padre acogedor, comprensivo y tolerante? ¿A quién se le pasan desapercibidas la energía y la determinación de un hombre como Juan Pablo II, con la persuasión que proyectaba su gesto y su conducta en el que le observaba? Son su carácter, su personalidad, elementos imprescindibles de los que se ha servido Dios para que fueran instrumentos eficaces en el cumplimiento de sus designios divinos.
Esto me hace pensar que santo es todo aquello que uno es y muestra ser, y del que nadie, nunca ni nada puede uno prescindir. Hasta el color de nuestros zapatos está impregnado de los rasgos que acompañan a nuestra persona. Ser y obrar de distinto modo sería falsear la realidad. En contraposición a todo aquello que parece artificio o impostura se está imponiendo en nuestros días el prototipo de la naturalidad que muestra el Papa Francisco, cualidad innata y destacada de su vida y persona, como lo fue, sin duda, en su momento histórico la de los dos Pontífices que honramos. Ello hará que todos aquellos que pasan por la gloria de Bernini o elevado a los altares, dicha cualidad sea la corona que más brille, convertida en la santidad, grandeza y bondad que resumen el cúmulo de virtudes que en grado de heroicidad ejercitaron en su vida todos los santos.
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