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La gran farsa del campanu de Asturias

30 de Mayo del 2014 - Amancio Menéndez Álvarez-Borbolla (Oviedo)

Un año más, ha llegado la fecha que algunos describen como la Gran Fiesta del Salmón en Asturias.

Se dice del campanu que es el primer salmón que se pesca en cada temporada en Asturias. Pues no, es incorrecto. Yo mismo he pescado uno una tarde de abril y que ha sido devuelto con vida a su medio, cumpliendo la normativa actual. La descripción correcta sería el primer salmón que «se mata» en cada temporada en Asturias. Pues tampoco. Yo este año ya he visto varios que yacen tiesos en algún congelador, obviamente, carentes de cualquier precinto legal. Por lo tanto, la descripción correcta del campanu de Asturias sería: el primer salmón que «se mata legalmente» en cada temporada de Asturias. También tengo dudas. No sabría describir los que es el campanu de Asturias, pese a que llevo más de cuarenta años por los ríos.

Un año más he acudido a Cornellana el día D y a la hora H. Cada año me decepciona más y, sin embargo, sigo yendo, debe de ser una tara genética. Mucha gente y pocos pescadores he visto. Familias con niños, abuelos, paseantes de la matinal de domingo y muchos compradores de casadielles, entre los que me incluyo. Algún pescador, sí, pero no los de verdad. Varios he visto con su pantalón verde multibolsillos a juego con el jersey verde de algodón, hombreras de tela; recién duchado, tras el madrugón y posterior fracaso: no he pescado el campanu. Ambiente festivo de feria, mucha prensa acreditada, radio, televisión y fotógrafos. Stands, voladores y gaitas no faltaban a la espalda del monasterio de Cornellana, todo dispuesto para la Gran Subasta del Campanu de Asturias. Y todos a la espera del preciado trofeo: un pez muerto en una cesta de mimbre.

En el escenario, junto a los poderosos empresarios pujadores del pez con sus gordas chequeras (o eso creo, pues alguno no levantó la tablilla de puja ni una sola vez), estaba el Sr. Alcalde de Salas, que bajo mi modesta opinión bien se hubiera puesto una chaqueta y una corbata para presidir el momento anual más importante de su cargo. No parecía un alcalde.

Y pasaban unos minutos de las 13 horas cuando, precedido de gaitas, llega el afortunado pescador y su trofeo, que vienen desde Panes (el salmón ha sido pescado en el río Cares a las 7.25 de la mañana). Tras los primeros fogonazos de los flashes acreditados, todos los presentes estirábamos nuestro cuello y levantábamos nuestros móviles a ver si podíamos conseguir la instantánea del pez en la cesta, como si fuera diferente al que luce fresco en el frío mostrador de la pescadería de Hipercor.

Tras una breve presentación de los empresarios interesados, comienza la puja. De 500 en 500, iniciando en 2.000 hasta su precio final, 5.500 euros (porque todos sabíamos que el que levantara 6.000 se lo comía con patatas). Más fotos, placas para unos y otros, al vendedor y comprador, etcétera. Fin de la gran Fiesta del Salmón en Asturias.

Algo he visto diferente este año. El pescador ha donado su recompensa económica a la Asociación Asturiana de Familias de Niños con Cáncer. Mi más sincera felicitación por su decisión, don Íñigo: es una acción que le honra y que puede ser la muestra de que algo ha empezado a cambiar en la pesca del salmón en Asturias.

Señores, seamos serios.

Yo no entiendo así la pesca. Un recurso tan limitado y, a la vez, tan deseado, como prueban las 45.000 licencias de pesca que se venden para pescar salmón en Asturias. Y tan pésimamente gestionado por la Administración asturiana, que hace años que está ajena a lo que realmente remonta nuestros ríos. Cuatro guardas mal pagados, con medios tan escasos que en ocasiones me ha dado pena de ellos, y cubriendo muchos kilómetros de río, demasiados. Pero, además, atendiendo todo tipo de cuestiones y problemas, muy lejos de su trabajo real. Una ley de pesca que políticamente quiere contentar a todos y que no contenta a nadie, llena de curvas, cambios e indecisiones, que cada año nos sorprende con disparatadas decisiones sin que ni unos ni otros entendamos el porqué.

Y al final de todo está el salmón. Un magnífico pez que tiene que sobrevivir a la pesca sin control en el mar, sonares y técnicas de detención cuasi perfectas, los depredadores, cormoranes, contaminación, purines, desembalses y sequías, obras, redes, trasmayos, garrampines, cuarenta tíos con gafas polarizadas en Quinzanas todos los días, y un sinfín de permanentes desgracias que impiden garantizar su subsistencia. No es un pez, es un milagro.

Ya no se pesca para comer. Ya no se pesca por hambre. Hace muchos años. Ahora los pescadores pescamos por «de-por-te». Entendámoslo de una vez. Somos tipos que nos compramos carísimos equipamientos de pesca y que recorremos muchísimos kilómetros para practicar nuestro deporte: pescar un salmón, y que no es lo mismo que «matar» un salmón. Atrás han de quedar la anterior generación de pescadores, los botes de merucos cultivados en la huerta, el retorcido sedal que sobrevive al desgaste año tras año, el arcón lleno de salmones para alimentar a la prole. El recurso es limitado y está en peligro de extinción. Ha de dedicársele la máxima atención, el máximo cuidado, la máxima protección, todos los estudios que sean necesarios, todos los medios posibles en pro de su protección y la colaboración de todas las asociaciones de pescadores, Administración, deportistas, pescadores y ribereños. Sacadera y matarile no es la fórmula más acertada. Sólo hay que mirar más allá de nuestras narices, Alaska, Irlanda, Islandia, Escocia, donde saben gestionar con eficacia la sostenibilidad y riqueza del recurso y donde la pesca deportiva se entiende de otra forma.

Pero no, aquí seguimos sin querer verlo. Para satisfacer nuestros egos de buenos pescadores. Para abonar tertulias en los chigres ribereños sobre lo que pesco y lo que se me escapó: el muy cabrón se me metió entre unas raíces y soltó la cucharilla, debía pesar nueve kilos el muy hijoputa.

No hay sitio mejor en el mundo que amanecer un día de primavera en la ribera del Narcea. Rodeado de naturaleza, en un río limpio, poderoso, poblado de peces y que nos permita practicar nuestro deporte, tratándolos dignamente como rivales, no como enemigos hijos de puta. Que su suelta y liberación reporte más satisfacción que la pedrada en la cabeza.

Entendería la Gran Fiesta del Salmón en Asturias como el acto final de un fin de semana de apertura y competición internacional, donde los mejores pescadores nacionales, internacionales y ribereños midieran sus cualidades por los tramos asturianos, y que harían que localidades como Cornellana, Arriondas, Cangas de Onís, Panes y San Tirso de Abres fueran nombradas y reconocidas en el mundo entero por poseer en sus riberas uno de los peces más preciados para el pescador deportivo, y que mueve miles de millones de euros en todo el mundo cada año. Dando la importancia que se merece a la riqueza que remonta nuestros ríos y que desova en nuestra montañas.

Y si lo que se trata es de meter un salmón en una cesta con felechos y subastarla, pues lo hacemos. Seguro que Hipercor lo dona, colocando ante las cámaras la pertinente banderola. Si se trata de premiar al afortunado ribereño, pues se le premia, pero por su inestimable e imprescindible colaboración en la organización, cuidado y vigilancia del recurso. Desde la Administración y desde entidades privadas interesadas en la sostenibilidad de este pez majestuoso, maltrecho y, desgraciadamente, próximo a su extinción.

El futuro no hay otra forma de entenderlo. A ver si llegamos a tiempo.

Amancio Menéndez Álvarez-Borbolla, hijo de Amancio Menéndez, el del Hotel Oviedo.

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