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La carrera de los "profes"

4 de Agosto del 2009 - Ana María Cuello Alonso (Lugo)

Nunca pensé en escribir al director de un periódico para expresar mi opinión respecto a un asunto concreto. Siempre encontré suficiente para estos cometidos el ámbito de interlocución que la sociedad me brinda, digamos, de forma "natural": familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y alguna de esas personas que ocasionalmente encuentras en cualquier sitio y con la que estableces, sin saber muy bien cómo ni por qué, ese misterioso vínculo de la empatía.

Sin embargo, ahora me apetece difundir un poquito más allá de donde suelo mi modesta opinión respecto al asunto de los pagos (debidos o indebidos) por la carrera profesional de los funcionarios. Yo soy profesora de Secundaria y llevo muchos años ya frente a la pizarra. Y espero seguir muchos años más porque me gusta mi oficio y creo en la función que, modesta pero concienzudamente, desempeño. No he tenido jamás la tentación de abrir mi horizonte profesional hacia un cometido distinto, ni próximo ni lejano, de la docencia. Soy "profe" y me gusta serlo. Tengo familiares, amigos y vecinos que son otras cosas, que desarrollan carreras profesionales de recorrido, digamos, más variado, con ascensos, promociones y acceso a niveles superiores de competencia, responsabilidad, consideración y retribución. Mejor para ellos, pero yo tengo perfectamente asumido que en mi oficio no se asciende por méritos. En mi oficio no se asciende ni se promociona: se aprende y se enseña, se enseña y se aprende; ni más ni menos, ni menos ni más. Y se trabaja duro. No todos igual, desde luego. No todos con el mismo compromiso, evidentemente. No todos con la misma dedicación, incuestionablemente. No todos con la misma capacidad, naturalmente. Pero cobramos todos lo mismo: los trienios y sexenios pasan para todos al mismo ritmo; en la carrera del tiempo vamos todos a la par.

Ahora los que gobiernan han inventado una especie de eufemismo de lo que se suele entender por "carrera profesional" y la han aplicado a la docencia. La han revestido de toda esa retórica en la que emplean su tiempo y su talento esas personas que antes fueron docentes y ahora son otra cosa. Y nos lo han contado a los "profes", y les hemos escuchado, y hemos leído atentamente hojas y hojas llenas de palabras de contenido etéreo. En ellas figuraba una serie de tareas a realizar que llevarían nuestro oficio a la excelencia, una metodología de diseño que nos convertiría en profesionales de primerísima línea, en galácticos de la tiza, si se me permitiera una expresión ligera.

En mi instituto, el grupo de compañeros con los que comparto método y labor, trabajo y compromiso, inquietudes y desvelos, cafés y reuniones, llegamos más pronto que tarde a una conclusión final: "Esto ya lo estamos haciendo en su inmensa mayor parte; aquí hay más de burocracia que de nuevos cometidos". El caso es que había que adherirse a un plan, no suficientemente explicado, parece que como cogido con pinzas, y ello conllevaba un incremento salarial, contenido pero significativo, y la mayor parte de la gente se fue apuntando. Las razones para ello eran claras y lícitas: te iban a pagar por una carga de trabajo que en su mayor parte ya se venía haciendo y, además, a muchos "profes" no nos asusta el trabajo. Las razones para no hacerlo eran expuestas por personas que suelen hablar más como políticos que como profesores. Nosotros percibimos bien esos matices en los claustros y en esas charlas que nos dan cuando hay elecciones sindicales. Además, en ese asunto los compañeros sindicalistas andaban enfrentados: unos que sí y otros que no. En fin, cosas de política y sindicatos.

Casi todos firmamos y empezamos a cobrar un dinerito. Los que no lo hicieron, a través de sus organizaciones sindicales, denunciaron esa percepción como indebida y el TSJA dictó sentencia declarándola, efectivamente, ilegal. Realmente Kafka no hubiera llegado nunca a imaginar una situación semejante: unos sindicalistas denunciando a la patronal por pagar de más a sus compañeros, unos "profes" que no quisieron el juguete no pueden soportar que sus compañeros lo tengan y quieren romperlo. Y ahora nos llegan las explicaciones de estos "puretas" de la ortodoxia administrativa ante los reproches que en los centros les dedican sus compañeros. Disparan contra todo lo que se mueve, diciendo que los sindicatos mayoritarios que aconsejaron la firma son unos estómagos agradecidos, vendidos al Gobierno. Y algún imbécil ha escrito que los "profes" que firmamos nos hemos prostituido por unas monedas. Ya le vale. Este nota, de cuyo nombre ya me he olvidado, seguro que no es de los que "ya veníamos haciendo casi todo ese trabajo". Éste seguro que es de los que enseñan poco y aprenden menos.

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