Libertad y destino
Uno siempre sueña con la libertad suprema. Y uno siempre se despierta comprobando que la tal libertad no existe.
Porque la libertad suprema, el libre albedrío, supone que el ser humano atesora la libertad de tomar sus propias decisiones, de ser dueño de sus actuaciones y, por tanto, de su destino.
Pero, ¿quiénes o qué determina la libertad y el destino del hombre? En la historia de la filosofía, de las religiones y de la ciencia, estos aspectos han sido siempre el epicentro de importantes teorías encontradas. Y no seré yo quien bucee por esos océanos tormentosos aunque sí el nadar por mares más tranquilos, reflexionar sobre ello y comprobar que la libertad está condicionada por los acontecimientos diarios importantes o nimios- que la encadenan y la hacen prisionera de un destino. Y aunque el ser humano tenga capacidad para alterarlo, quizá también esa capacidad pueda estar predeterminada.
Y es de ese destino maniatado, amparado en la voluntad de "iluminados", astros y dioses, del que se han servido los distintos poderes fácticos para hacer uso y abuso de las creencias, de la buena fe y del temor de los seres humanos, y con ello, explicar lo inexplicable, atemperar y callar voces, hacer que se resignen con la insufrible vida que les ha tocado vivir, provocar guerras santas o endemoniadas, inmolar a inocentes, y así un largo etcétera de despropósitos y tropelías.
Por civilizaciones. Por los siglos de los siglos.
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