La radio y el cine
Mi infancia, como la de muchos de mi generación, está asociada al cine. Al cine y a la radio. Recuerdo lo extraordinario que a mí me parecía ese viejo artilugio que ocupaba un lugar de privilegio en las casas de las señoronas de la ciudad. Esas casas barrocas, oscuras y tristes; sin paliativos.
Señoronas y señorones. Señoritingos. Casas muy caras y muy viejas. Viejas y viejos que se reunían para escuchar el parte. Parte de esos recuerdos son tan extraordinarios que no suponen más que una fantasía. Quiero decir que la radio que yo recuerdo es la radio del cine. El cine que veía en el cine de mi barrio. En mi casa nunca hubo una radio como aquellas que vi tantas veces en el cine.
Éramos más del transistor. Otro artilugio de otro tiempo, hoy fuera de circulación y por lo tanto fuera de El Corte Inglés.
Así que, hoy en día, cuesta lo suyo comprar una radio. Encontrar un transistor como Dios manda.
El cine que mandaba era el cine de derechas. Porque había y hay cine de derechas y de izquierdas. Veíamos el de derechas porque no había otro que pudiera verse. El de izquierdas se veía en Francia.
Aunque esto último tampoco está claro. Sabemos que ha corrido mucha tinta a propósito del carácter derechista de los «Cahiers du Cinéma» y otra tanta respecto a los izquierdistas de «Positiv». De los primeros se ha dicho que eran anarquistas de derechas; ¿cómo se come eso? Y los segundos fueron aburguesando sus vidas según se hicieron mayores.
En fin, que lo que de verdad era muy de izquierdas era La Pirenaica. La radio de la resistencia. Casi todo lo demás era de derechas. La radio es un recuerdo de infancia.
Para muchos jóvenes de hoy es un elemento desconocido, como las casetes, o los discos de vinilo. Como mucho es esa cosa en la que ponen música y hablan.
Y es una lástima. Porque con el cine pasa lo mismo. ¿Dónde están las películas cortas pero grandes de los viejos estudios de Hollywod? ¿Dónde está la radio de los sueños y las sábanas blancas?
Si al mundo, de repente, se le exigiera conmoverse con alguna historia no tendría donde contarla. No sabría a qué atenerse, que es en definitiva lo que pide alguien que está viendo una película; como dice Julián Marías, estar despierto. Es lo que pide alguien que escucha la radio. Oír historias.
Y es que se oyen pocas historias en la radio. Como mucho ese absurdo eclectismo en el que todo vale.
Se diga cómo se diga, se cuente cómo se cuente. El cine se ha hecho tan poco evocador que, a veces, deja de alimentar nuestros recuerdos de infancia.
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