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El último turullu (sirena)

7 de Mayo del 2014 - María Parajón Rodríguez (La Felguera)

Barrio de Santa Eulalia, Langreo

Tengo 80 años, soy vecina del barrio Santa Eulalia de Langreo, en la cuenca minera del Nalón, he pasado toda mi vida a los pies del pozu Cabritu, y este último año ha sido uno de los más tristes que he vivido al tener que ver el cierre del pozo Candín; y con él, gran parte del mundo que conocí, más sensible, menos frívolo y superficial que éste al que caminamos, que se desmorona en sus valores con la crisis sin que la sociedad reaccione ante noticias o situaciones como ésta que resultan preocupantes.

Mi vida, como la de muchas personas de mi edad, no ha sido fácil: pertenezco a esa generación marcada por la guerra civil, la posguerra, primero la miseria y después el trabajo para sacar adelante a la familia, la falta de libertad...

Cuando la democracia por la que peleamos llegó a nuestras vidas, teníamos la edad suficiente para saber que la juventud nos había pasado entre tanto sacrificio. No negaré que hubo momentos buenos, de ilusión y de satisfacción por las cosas que, a base de lucha, entrega, constancia, compromiso, fuimos consiguiendo, tanto en el plano personal y familiar como en el social. Tratamos entre todos los que vivimos alrededor del mundo de la mina o del campo –unos más, otros menos o nada– conseguir un mundo mejor.

Así lo creía. Pero una profunda tristeza y decepción me invade en estas últimas semanas. Un sentimiento de decepción que es mayor desde que el 17 de enero se cerró de manera definitiva el pozo Candín y que, con la ayuda de un familiar, he querido plasmar en esta carta, junto con ese montón de sensaciones amargas que se agolpan en mi cabeza. El cierre de Candín, una explotación que ha dado mucha riqueza a Langreo, a Asturias y a la Cuenca, en la que llegaron a trabajar cerca de dos mil paisanos, considero que merecía algún acto más que este silencioso cerrojazo con el que se han querido ventilar, casi de puntillas, décadas de actividad laboral, productiva y sindical. Un gesto en consonancia con este mundo frívolo y superficial, cada vez más individualizado y aislado, en el que vivimos.

Con ello se calla la historia de cientos y cientos de trabajadores y familias como la nuestra, que durante décadas dejaron sangre, sudor, lágrimas y una vida entera en un pozo minero que entiendo merecía algo más que un día de incesante turullo y algún exiguo párrafo en el periódico, más a modo de breve inventario que de merecida glosa a la memoria y significado de esta instalación minera de relevante trascendencia en nuestra historia.

Fue quizás hábito de mis muchos años oyendo desde mi casa los ruidos propios de la mina que, cuando el pasado 17 de enero, oí aquel turullu, pensé que había ocurrido un accidente. Fueron tantos, y a veces graves, que el miedo queda. No se me pasó por la cabeza pensar que aquella última sirena era indicadora de que había llegado el día final nuestra mina, al Candín, después de tantos y tantos años dando carbón por el Cabritu y el Lláscares. Por la jaula del primero bajó durante mucho tiempo mi marido, Abelardo, fallecido hace unos años; un minero de los de antes, no sólo en su concepción de la responsabilidad del trabajo, sino en la de su identificación y pertenencia al colectivo de compañeros y vecinos. El turullu siempre me sobresaltó, temía por él, y por un montón de gente que conocíamos. La mujer del minero siempre piensa lo peor de la mina: que te puede tocar a ti.

El día del último turullu no escuché nada en los informativos, lo que me sorprendió y cuando, por la tarde, vino a verme mi hijo, me dijo que estuviera tranquila, que no pasaba nada, que de hecho era el día del cierre del pozo. Fue cuando la inquietud dejó paso a esta tristeza. Nunca pensé que vería el cierre de esta mina tan importante para mi vida y para la de tantas y tantas personas.

Lo más triste es que con el Candín no sólo se va una mina de Asturias, también se va un modo de entender la vida que se está liquidando a marchas forzadas, más en estos últimos tiempos con la crisis. Todos los valores que se fueron gestando a través del mundo de la mina, valores de solidaridad, de compromiso, de ayuda... se están perdiendo. Y hablar del Candín es hablar de eso que pienso que se silencia. Eran valores que ayudaron a muchas familias, que se forjaron en momentos y en situaciones difíciles, pero que fueron fundamentales para poder superar aquellas crisis y salir adelante. Hoy esos valores ya no existen.

Viene a mi mente cuando, en el año sesenta y pico, mi marido vino un día a casa del Cabritu emocionado con el guaje: «Tenías que haberlo escuchado, Mariluz, lo bien que habla y qué bien se expresa». Para Abelardo, el guaje era José Ángel Fernández Villa. Ese día se lo llevó la Guardia Civil detenido de la casa de aseo. Pese a eso, sus compañeros ya sabían que la dictadura no iba a callar a Villa y de que iba a llegar lejos. De aquellos valores, que se impregnaron en los mineros de entonces, salieron muchas cosas, muchas reivindicaciones, muchos puestos de trabajo, pensiones, ayudas, actividad minera. Hoy ya no están ni el Candín ni José Ángel, ni casi nadie de los que, gracias a aquellas luchas, fueron arreglando la vida. La ingratitud, la falta de memoria, el pasotismo, resultan descorazonadores. Parece que todo lo pasado debe ser liquidado en silencio, y que nada sirve: ni el carbón, ni la historia, ni los paisanos. Cada uno a lo suyo: hemos pasado de aquel lamentable «¿qué hay de lo mío?» al silencio cómplice que deja al aire la existencia de aquellos valores que vivimos. Ni el de la solidaridad. Ni, mucho menos, el de la lealtad a las ideas o al simple terruño en el que vivimos, en la cuenca minera y en Asturias. Parece que sólo cabe la resignación.

Por eso, a mis ochenta años –en mayo serán 81– he querido plasmar en estas líneas cómo se siente una persona que en la vida no lo ha tenido fácil pero que ve con tristeza cómo no sólo nos llevan hacia un mundo peor, individualizado y desprovisto de nuestros recursos propios más básicos, los de la tierra en los que vivimos, el campo, la ganadería, la agricultura, el carbón... sin alternativas y lo peor, sin memoria y sin valores. La noticia del cierre del Candín así me lo recuerda cada uno de estos últimos días en los que el ruido del turullu, de la vieja sirena ahogada del pozu, es ya sólo un triste recuerdo de ancianos que peleamos en su día y soñamos con un mundo mejor.

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