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Carta a un candidato/a a Europa

6 de Mayo del 2014 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Estimado candidato/a: es mi deseo dirigirme a cualquier candidato/a a las próximas elecciones de mayo al Parlamento europeo, con independencia del color político. Lo hago desde el respeto que como personas puedan tener y con el sólo propósito de poner en su conocimiento las causas que me llevan a no confiar mi voto a ninguna de las listas concurrentes, tal como ha de sucederle a más de la mitad de los electores españoles y europeos.

La primera de ellas, y no menos importante, es que las formaciones políticas a las que pertenecen no me permiten la libertad de elegir a quien o quienes realmente deseo votar. No me lo permiten porque no quieren ni oír hablar del ejercicio más genuino de lo que significa la palabra libertad, es decir, de las listas abiertas. Puede suceder, y de hecho sucede, que en sus listas haya personas bien capaces, pero del mismo modo también hay otra cantidad de personas que, bien por relleno, bien por pagar servicios prestados o quizá por acomodar a componentes que no saben muy bien dónde ubicarlos, acaban siendo meros «calientasillas» o miembros irrelevantes, cuya máxima participación se reducirá a apretar el botón a la hora de votar, y, eso sí, no se confunden, como ha pasado. Por supuesto, las listas abiertas sin duda que me ayudarían a acudir a las urnas.

Otra de las causas primarias por las que tampoco votaré es por el escaso o nulo decoro que vienen demostrando los parlamentarios en cuestiones básicas a su condición de tales. En momentos como el actual, en el que los parados se cuentan por millones, el señor diputado europeo percibe un salario medio de 15.000 euros mensuales, viaja en primera clase y goza de una serie de prebendas que, como poco, cabrean al más paciente de los electores. No han renunciado, ni piensan hacerlo, a ninguna de sus privilegiadas ventajas, ni tampoco he visto a ninguno de ellos donando parte de sus cuantiosos emolumentos a los miles de comedores sociales existentes a consecuencia de su inoperancia política, ni colaborando en ninguna de las muchas actividades solidarias creadas espontáneamente para aliviar la desesperación de miles de familias sin ninguna clase de ingresos.

Una de las causas que, desde luego, desanima a muchísimos electores es que, salvo alguna rara excepción, principalmente aplicable a quien se presente por primera vez, no he escuchado a ninguno de ustedes ni a sus correspondientes partidos pedir disculpas por los insoportables niveles de corrupción acaecidos. A lo más que llegan es a insultarse entre ustedes acusándose mutuamente de chorizos, pero sin el menor atisbo de regenerarse, y mucho menos de devolver los dineros distraídos o malversados.

Con ser importantes las causas ya apuntadas, existen otras que se niegan obstinadamente a admitir, pero que les ayudaré a entender. Tengo la completa convicción de que la inmensa mayoría de los votantes andamos lejos de sentirEuropa, y no lo hacemos por llevarles la contraria, sino porque es un sentimiento tan real como profundo. Una Europa que ha decidido rescatar bancos en lugar de personas, que ha regado con centenares de miles de millones de euros al sistema financiero a costa de destruir empleo, desmontar el sistema de protección social ganado a pulso tras la II Guerra Mundial, o que ha empobrecido a millones de personas no merece la confianza de sus ciudadanos. Una Europa en la que sólo prevalece el criterio de una señora, cuya máxima obsesión, aparte de otras excusas, es el dominio hegemónico del continente, obligando a desproteger a la ciudadanía con recortes insufribles para que su país medre en detrimento de todos los demás tampoco puede pretender que la apoyemos con nuestro voto. Una Europa en la que no existe armonización fiscal, en donde se mantiene artificialmente el valor de un euro, que hace muy difícil la exportación, y cuyas políticas agrarias o de diversa índole favorecen a algunos de sus miembros en detrimento de otros en modo alguno puede pretender que nos muramos de ganas por ir a votar.

Creo que las expuestas son, por sí mismas, razones más que suficientes, pero no obviaré otra más por su candente actualidad. Se trata del ridículo sin paliativos que la supuesta Unión Europea viene haciendo con la latente crisis de Ucrania. Ya lo hizo de una manera clamorosa cuando la pasada guerra de los Balcanes, y en esta ocasión, otra vez más, viene a demostrar que Europa puede que sí, pero lo que es de Unión, invita, como poco, al despropósito. La ausencia de políticas comunes, como la exterior, que ahora nos ocupa, no es más que otro más de los muchos espejismos virtuales a los que ya venimos estando acostumbrados.

Las razones expuestas, señor/a candidato/a, pesan como una auténtica losa en el sentimiento de millones de europeos. Ya sé que no es políticamente correcto decir esto, pero créanme que en ese sentir colectivo la realidad pasa por algo de suma importancia como es el hecho cultural. Millones de españoles, entre los que me encuentro, sentimos que nada tenemos en común, ni nada nos une con un alemán, un inglés o un polaco. Es una realidad tan palmaria como recíproca, por mucho que sus sueldos, poltronas y privilegios les impidan poner los pies en el suelo para constatar un hecho incuestionable, y si no, tan sólo tienen que pararse a contar los índices de abstención que se darán otra vez el día 25 de mayo.

Hay alternativas, claro que sí, aunque me llevaría demasiado espacio citarlas en esta sección, pero mucho me temo que, para no variar, ustedes caminarán por una senda completamente distinta al sentir del ciudadano de a pie. Así nos va, y les va.

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