Te prometo, me prometo
Un suave sonido descendente atravesaba mis pabellones auditivos, a través de unos auriculares, y anunciaba que aquella canción llegaba a su fin. Me encuentro tumbado, a oscuras. Sólo la luz tenue que penetra por las cortinas entreabiertas molesta la quietud de la habitación. Pero no estoy presente. Aunque físicamente estoy ocupando el colchón de la cómoda cama, mi mente, mi pensamiento ha volado por la ventana.
Con los ojos cerrados el corazón me ha obligado, mientras sus latidos emergen con la fuerza de la excitación, a tararear aquella pieza que un tal Nick Kamen cantaba en los noventa: «I promised my self...», y planeando quiero llegar al cielo.
Incorporado de nuevo, dirijo la mirada hacia el escritorio, donde reposa, desde hace tiempo, el motivo de mi inquietud.
Varios folios, llenos de garabatos, tachones, palabras sobreimpresas o notas a pie de página languidecían mientras el bolígrafo, que descansa a su lado, ha cobrado vida y se desplazaba hacia una esquina de la mesa. Un recorrido truncado por el cilíndrico bote, repleto de artículos de escritura, que lo ha detenido privándolo de un final casi seguro a la mullida alfombra.
Encendí el ordenador y en mi página de contactos del correo buscaba tu respuesta en forma de nuevo mensaje, pero no había nada tuyo en la bandeja de entrada.
Desesperado, arrugo los papeles con rabiosa impaciencia, llevado por la ira y la impotencia.
Un minuto de silencio, tras dejar la madera de la mesa limpia, da paso a la meditación por lo ocurrido, mis pensamientos, mis desvelos, el motivo que hace que mi vida sea tan volátil e inservible.
Abro la ventana y dejo que la brisa de la tarde primaveral haga presa de mi rostro. Los ruidos de la calle no son inconveniente para que la melancolía se vuelva a dejar atrapar por un ser derrotado. Alguien como yo.
Busco y rebusco en mi cabeza todo lo que me pueda relacionar contigo: un gesto, una voz, una frase, una imagen, el rostro de alguien por el que ahora estoy abatido.
Veloz, regreso a esa silla en el escritorio, cojo otra hoja, blanca, limpia, para volver al punto de partida y escribir todas esas cosas por las que te adoro y te sigo echando de menos. Contigo soy capaz de volver a empezar.
Te prometo, me prometo, lo que aquí escribiré, lo que me dicta el sentimiento.
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