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A María Viejo, en el recuerdo

9 de Mayo del 2014 - Ana María Fernández Tapia (Oviedo)

El amor es el silencio... dicen los poetas, aunque a veces nos obliga a hablar y a gritar. Los amigos necesitamos decirlo: fue un lujo conocerla, charlar, trabajar con ella, investigar y, sobre todo, poner en el aula tanto como nos enseñó...

Cuando se ha vivido con tanta intensidad como lo ha hecho María, el vacío se palpa, por eso su familia lo tendrá tan difícil, porque fue antes que nada madre y esposa, y muchos son los que nos pueden decir que fue antes hermana e hija, y, si apuramos, abuela. Nada hay mejor que transmitir conocimientos y valores, y presenciamos cómo los inculcaba a sus nietos. En esta tarea, como en tantas, María era maestra.

Los amigos surgen a veces, en un grupo, como sucedió en el Ágora, para poner en las aulas la renovación de los estudios de Arte. Ese grupo nace y se transforma; primero fuimos compañeros en los trabajos y las risas, luego incorporamos a los allegados, a los que mareamos. Los viejos animaron lo más árido, había que ver todo, para explicarlo mejor. El grupo adquiere vida propia, se aglutina y sedimenta. Hoy nuestra amistad se ha convertido en duro mortero. María era, en él, a la vez piedra y argamasa, o, si era preciso, el crisol del fundido.

Una vida volcada en la enseñanza sin escatimar esfuerzos, con alegría, sin quejas ni lamentos. Amena y divertida narradora, dispuesta a ir más allá, no sólo a investigar y poner en el aula las innovaciones, sino también a saltar el muro y que lo conocido llegara a la vida. Generosa y siempre disponible para escuchar, sin escatimar su tiempo. Tolerante y firme, sin imponer sus decisiones.

Sus alumnos y alumnas, ellos sí que fueron los grandes afortunados. Siempre nos lo decía y lo repetía en los últimos días: la enseñanza ha sido mi gran pasión y he tenido la gran suerte de dedicarme a lo que más me gustaba. Vienen los versos de siempre con el maestro Antonio Machado:

Una tarde parda y fría

de invierno. Los escolares

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales (...).

Y todo un coro infantil

Va cantando la lección;

Mil veces ciento, cien mil

Mil veces mil, un millón

Una tarde parda y fría de invierno...

Como los momentos duros también llegan y con ellos el invierno, la aridez y las separaciones, diremos, con Pedro Salinas:

No quiero que te vayas,

dolor, última forma

de amar (...).

Tu verdad me asegura

Que nada fue mentira.

Y mientras yo te sienta,

Tú me serás, dolor,

La prueba de otra vida

En que no me dolías.

En estos momentos difíciles, estamos contentos por haber tenido tu amistad, por todo lo que nos enseñaste, por lo que disfrutamos y aprendimos juntos, por todo lo que viajamos y reímos a tu lado.

Ana María Fernández Tapia

Oviedo

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