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Mi padre, un luchador: "el Brasileño"

10 de Agosto del 2009 - Víctor García Fernández (Oriñón (Cantabria))

Hace unos días he leído en su periódico una noticia sobre el homenaje que un centro cultural de Avilés organizó para premiar a tres asturianos partícipes en el advenimiento y en el desarrollo de la Constitución española y, como consecuencia, de la concordia entre todos nosotros.

Uno de los elegidos fue Santiago Carrillo. Su elección me llenó de tristeza y, con los ojos llenos de lágrimas, afloraron los recuerdos atenuados, no muertos, de una infancia llena de privaciones, huérfano de padre a la edad de 6 años por obra y virtud de su «concordia». Brotaron las vivencias de mi madre viuda, vendiendo pan por la calles de Sama de Langreo, con los agujeros de las suelas de los zapatos «sellados» con cartones, arreglando con manos inexpertas de modista aficionada las chaquetas viejas que le regalaban, convirtiéndolas en prendas de abrigo para que yo acudiese a la escuela protegido del frío... Sentí su hambre para que yo, un niño, me alimentase con lo poco que podía comprar con sus menguadas ganancias... Recordé lo que le había ocurrido una vez finalizada la Guerra Civil, con mi padre huido: las humillaciones que sufrió, cómo le cortaron el pelo por orden de los moros y los falangistas y le hicieron que barriese las calles de su pueblo para escarnio de los «rojos» y complacencia de los «azules»... ¿Su delito? Ser la mujer del Brasileño, un luchador republicano al que buscaban para eliminarlo.

Mi padre se llamaba Víctor y eran sus apellidos García García. Lo apodaron el Brasileño debido a su estancia en ese país sudamericano. Nació en Muriello (Quirós). Fue el menor de tres hermanos. Mis abuelos, pobres, emigraron a Brasil en busca de mejoras económicas para su familia. Durante su estancia estudió contabilidad y se afilió al Partido Comunista. Regresó a España participando en la Revolución de Octubre de 1934 como militante del Partido Comunista Asturiano. Estuvo preso en la cárcel Modelo y en el penal del Dueso (Santoña). Luchó en la Guerra Civil en el Frente Norte con el empleo de comisario de brigada, siendo la unidad a la que estaba asignado la 111.ª brigada, con sede en Bayo. Fue miembro del comité central del PC de Asturias y de la Internacional Comunista.

Finalizada la guerra, no buscó la protección del exilio en La Habana, Moscú o París como el «prócer» asturiano cuyo homenaje me ocupa, sino que siguió en la lucha por los ideales perdidos y, sin solución de continuidad, se incorporó a la clandestinidad. Se estableció en el norte de Portugal y Galicia reorganizando el PC de esas tierras, que había sido totalmente desarbolado por el régimen. Contribuyó a crear una guerrilla con novecientos cuarenta y siete luchadores en pos del restablecimiento de la República vencida.

Pero el comité central del PC, asentado en Francia y comandado por Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo, juzgó que la labor realizada por mi padre al frente del partido en Galicia no coincidía con sus proyectos y decidieron asesinarlo (quiero hacer constar que en los archivos del PC consultados no existe ningún documento inculpatorio contra él). Y los asesinos enviados por el partido lo lograron en el año 48.

Su cadáver fue encontrado en un bosque con un disparo en la cabeza y con parte de su anatomía destrozada por las alimañas. Fue enterrado en el cementerio de una población rural, Moalde, perteneciente al municipio de Silleda (Pontevedra).

Hace seis meses hallé su tumba sin signos identificativos. Fue su único homenaje. Creo que mis lágrimas están justificadas.

Quiero terminar rogándoles a ustedes, los periodistas, que tanta influencia tienen sobre los poderes públicos y las corrientes de opinión, que contribuyan a rescatar del olvido a aquellas personas que, como mi padre, llenaron los montes y las cárceles de nuestra sufrida tierra del grito de libertad que aún retumba en tantos corazones.

Vaya, asimismo, mi recuerdo y un abrazo solidario para los hijos y los nietos de aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por la democracia y que nunca serán homenajeados.

Supongo que este escrito, fruto de una «rebeldía sentimental» por los aplausos de la sociedad hacia un personaje que lo único que hizo por el advenimiento de la democracia fue abandonar su seguro refugio transpirenaico, no será publicado porque va contra la corriente de los tiempos actuales y de los estereotipos presentes en la sociedad. Con tal de que haya sido leído en esa redacción, me daré por satisfecho.

Nota.- He leído textos y artículos sobre mi padre en los que el segundo apellido es «Estanillo», supongo debido a un «alias» o a la deformación en la transmisión oral.

Víctor García Fernández,

jefe de cirugía del Hospital de Cruces, Baracaldo (Vizcaya), y profesor de la Facultad de Medicina del País Vasco

Oriñón (Cantabria)

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