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Los cambios en la Iglesia

7 de Junio del 2014 - Julio García García (Oviedo)

Algunas personas opinan: ¡mucho tiene que cambiar la iglesia! Otras, por el contrario, dicen: ¡Mucho ha cambiado la iglesia! Pero la realidad es que la Iglesia ni ha cambiado ni puede cambiar en aquello que le es esencial.

No pueden cambiar las verdades reveladas de la Fe, los dogmas, que están resumidas en el credo y que nos dicen lo que hemos de creer. No pueden cambiar los mandamientos, revelados a Moisés y que Jesucristo elevó a su plenitud, en los que se nos dice cómo ha de ser nuestra conducta.

No pueden cambiar los sacramentos, signos sensibles por los que se nos conceden gracias, como el bautismo, la confirmación, la penitencia, la comunión; el orden sacerdotal, el matrimonio...

No puede cambiar la liturgia, los ritos y oraciones para el culto a Dios, la misa y la eucaristía que en ella se realiza, y en la que se efectúa la renovación y perpetuación del sacrificio de Cristo en la cruz.

No puede cambiar el magisterio y la tradición de la Iglesia, en la que conforme a los poderes que Jesucristo concedió a la Iglesia, nos revela el entendimiento de las verdades reveladas. Y nada de esto ha cambiado.

Sí pueden cambiar, sí puede haber reformas, en cuestiones que no son esenciales y que tienen como finalidad mejorar las formas de evangelización, es decir, cuestiones pastorales, de organización, expresión actualizada de la fe católica, etc.

Los que dicen que mucho ha cambiado, de buena fe, generalmente personas mayores, lo dicen porque no tienen idea clara de lo que es esencial y de lo que no lo es.

Así no son cambios esenciales:

El que antes los sacerdotes dijesen la misma cara al altar y ahora cara a los fieles.

Algunas personas opinan: ¡Mucho tiene que cambiar la Iglesia! Otras, por el contrario, dicen: ¡Mucho ha cambiado la Iglesia! Pero la realidad es que la Iglesia ni ha cambiado ni puede cambiar en aquello que le es esencial.

No pueden cambiar las verdades reveladas de la fe, los dogmas, que están resumidas en el credo y que nos dicen lo que hemos de creer. No pueden cambiar los mandamientos, revelados a Moisés y que Jesucristo elevó a su plenitud, en los que se nos dice cómo ha de ser nuestra conducta.

No pueden cambiar los sacramentos, signos sensibles por los que se nos conceden gracias, como el bautismo, la confirmación, la penitencia, la comunión; el orden sacerdotal, el matrimonio...

No puede cambiar la liturgia, los ritos y oraciones para el culto a Dios, la misa y la eucaristía que en ella se realizan, y en la que se efectúa la renovación y perpetuación del sacrificio de Cristo en la cruz.

No puede cambiar el magisterio y la tradición de la Iglesia, en la que conforme a los poderes que Jesucristo concedió a la Iglesia, se nos revela el entendimiento de las verdades reveladas. Y nada de esto ha cambiado.

Sí pueden cambiar, sí puede haber reformas, en cuestiones que no son esenciales y que tienen como finalidad mejorar las formas de evangelización, es decir, cuestiones pastorales, de organización, expresión actualizada de la fe católica, etcétera.

Los que dicen que mucho ha cambiado, de buena fe, generalmente personas mayores, lo dicen porque no tienen idea clara de lo que es esencial y de lo que no lo es.

Así, no son cambios esenciales:

El que antes los sacerdotes dijesen la misma cara al altar y ahora cara a los fieles.

No es cambio esencial el que la misa se dijese antes en latín y ahora en los idiomas nacionales.

No es cambio esencial el que antes los sacerdotes solo dijesen una misa y ahora puedan decir más de una.

No es cambio esencial el que antes solamente distribuyesen la comunión los sacerdotes y ahora estén autorizados algunos fieles para ayudar al sacerdote en la distribución.

No es cambio esencial que los avances de la medicina y de la psicología hayan justificado algunas nuevas causas de nulidad matrimonial.

Tampoco lo es el que la Iglesia preconizase como ideales los estados confesionalmente católicos y ahora no lo propugne y hoy defiende la libertad religiosa y una actitud más abierta y dialogante con otras confesiones.

Todos estos cambios son consecuencia del Concilio Vaticano II, que fue de índole pastoral.

Otra cosa distinta es si esos cambios no esenciales fueron todos acertados o mal interpretados. Esa es una cuestión opinable.

Así, hay sectores de la Iglesia que opinan que no fue acertada la renuncia al uso del latín en la misa, pues ese deber ser el idioma de una Iglesia universal y todos los feligreses la entendían, tanto por la repetición como porque en los misales venía la traducción.

El Papa Benedicto XVI reivindicaba la misa tradicional, que dice nunca se suprimió y pone reparos a la comunión en la mano, que da lugar a algunos abusos y ha disminuido la piedad y recogimiento de recibirla de rodillas y en la boca.

Por otra parte, los que dicen «mucho tiene que cambiar la Iglesia», generalmente los que se dicen «progresistas», no se refieren a los cambios no esenciales, sino que van más allá. Esperan que algún día llegue un Papa que haga una Iglesia «nueva».

Los papas son los más rigurosos defensores de la fe católica en lo que les es esencial.

Los que aspiran a una Iglesia nueva van a quedar defraudados. No van a ver la «clericalización» de la mujer, como ha declarado el Papa Francisco y como declaró Benedicto XVI: «No se trata de una cuestión que nosotros podamos modificar, sino de un sacramento recibido de Cristo».

Tampoco verán que se modifique su doctrina sobre el aborto, pues la vida es sagrada desde que se engendra hasta su muerte natural.

Ni la licitud de las relaciones homosexuales y el matrimonio entre homosexuales.

Ni la general admisión de los casados por la Iglesia, divorciados y vueltos a casar por lo civil, a la recepción de la comunión.

Ni el uso de anticonceptivos artificiales.

La doctrina de la Iglesia está contenida en su catecismo universal, que obliga a todos los católicos.

¿Cuántos católicos tienen y conocen este catecismo?

Julio García García

Oviedo

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