Un tiempo para casi todo
Estamos en vacaciones de verano. Vocablo en plural, en referencia a ese espacio temporal dedicado principalmente al descanso y a la abstención transitoria, en especial, de la actividad laboral remunerada o de los estudios. Para algunos supone un tiempo de total inacción: no pensar ni hacer nada. En cambio, para otros, un trasiego frenético e imparable de todo. En la equidistancia estaría el ocio organizado. En él, más que de cualquier otra acción, es imprescindible hablar de la actividad psíquica y mental, que no puede faltar ni disminuir nunca en el sujeto humano. En consecuencia, constituye un tiempo para casi todo: para leer, reflexionar, rezar, conversar, contemplar las infinitas maravillas de la naturaleza, conocer y hacer nuevos amigos, hasta para degustar con sentido artístico nuevos platos y viejos vinos sin tener que caer en la glotonería, el refinamiento o el exceso.
Subtítulo: Vacaciones de verano, muchas cosas para muy pocos días
Destacado: : A veces hay que recurrir a un corte radical de desocupación mental, abriendo un espacio restablecedor alternativo
Lo que sí conviene que se produzca en esos días es, en términos cibernéticos, un cambio de chip, esto es, un tránsito de las actividades habituales hacia otras inusuales por su existencia o forma de ejecución. A veces hay que recurrir a un corte radical de desocupación mental, abriendo un nuevo espacio restablecedor alternativo, con sustitutivos atractivos. Como todo ocio, debe generar bienestar físico y psíquico y estar relacionado con los índices de satisfacción de la vida. Huelga decir que cobran especial importancia las actividades culturales, las turísticas y las recreativas, que tanto se prodigan en esta época, proporcionando, además del disfrute personal, un sinfín de contactos personales en beneficio del desarrollo de los hábitos sociales y el incremento de una más completa y enriquecedora configuración de la personalidad de cada cual. Ciertamente, todo contacto y relación interpersonal adecuada estimula la mente y el pensamiento, equilibra el nivel emocional, influye sobre la salud y el bienestar, acrecienta la identidad personal y la pertenencia al grupo, incluso fortalece el sistema de valores y el sentido mismo de responsabilidad personal.
Las vacaciones, más que un hartazgo de apetencias y placeres satisfechos de cualquier signo y ralea, tienen que destacarse por el bien hacer y estar del que sabe disfrutar con sana fruición de la bondad de las cosas que le rodean, al tiempo que sabe contagiar su propia felicidad a los demás. Dicho con más simplicidad, si cabe: en la gozosa contemplación del universo, saber ascender de lo creado al Creador inefable de cuanta perfección y belleza existen. Otra de las ventajas que las vacaciones ofrecen es la de poder hacer que nos percatemos de la importancia que, respecto de los otros, poseen la necesaria interdependencia y la relación, incluso amistosa, que mutuamente nos caracterizan. En tal contexto brotan con mayor abundancia y facilidad los sentimientos de atracción, lealtad, cariño, respeto y admiración mutuos. La mayor parte de la gente con la que solemos tratar presenta parecida edad, estatus, forma de pensar, valores e intereses similares. Pero junto a esta red social de seres y rasgos homogéneos es preciso extender nuestro reconocimiento y acogida a otros acompañantes algo más distintos, acaso no tan conocidos y más distantes (o discrepantes), quienes sin duda desearían y agradecerían nuestro acercamiento, comprensión y contacto con ellos. Como se ve, muchas cosas para tan pocos días. Y de gran aprovechamiento para todos.
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