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Cuento cervantino sobre Asturias

12 de Mayo del 2014 - Antonio Parra Galindo (Cudillero)

Depresiones primaverales. La pantalla se va a negro y la acidia se instala en la cámara oculta del cerebro, duélete todo y no aciertas a rebullir. Le ocurría a Graham Greene, que se curaba mediante una dieta de dos mil palabras al día. Pushkin se quedaba tieso en su diván delante de su ventana, miraba caer la nieve de Petrogrado. Nabokov jugaba a la ruleta rusa. Ah, la neige d’autrefois, de la cual hablaba el gran Villon. ¿Dónde se derritieron aquellos copos perdidos de la nieve del ayer?

El arroyo del destino se llevó los viejos amores. Sólo nos queda la palabra, pero soy incapaz de enfrentarme a la tortura de la página en blanco y además, en este mundo de frases hechas (con la que está cayendo, dicho esto para nada, hecho puntual la crisis, las tertulias radiofónicas, etcétera) se aborrece la novedad porque esta sociedad es misoneísta para lo que no le conviene. No se puede escapar a las terroríficas letanías de los telediarios, la prensa basura desloma nuestra dignidad de personas humanas. Horcas caudinas intelectuales. Pocos pueden ir por lo libre. Estamos atrapados en la ratonera.

La escritura se ha convertido en ejercicio fútil. Entonces acecha el peligro de Erifos, que es una deidad nefasta. El diablo en la botella para conjurar el vacío es falso y tornadizo. Degenera y animaliza. Derrenga. Convierte al hombre en cerdo. No te pique el alacrán, amigo mío. Echa a la espalda todo ese daño pospositicio. Lo que pasó se fue y lo que fue ya no es.

Encuentro consuelo y cura en la relectura de Cervantes. Releyendo «La Ilustre Fregona» se me viene a la memoria una frase de mi infancia. Que se titula «Asturiano, daca la cola, daca la cola, asturiano».

En el catón que aprendí a leer y en la clase de gramática venía este cuento que el padre Sanabria, aquel claretiano bondadoso que vigilaba nuestros juegos cuando organizábamos partidos de fútbol con dos equipos, el de los Gurriatos y Galápagos y nos sacaba a la pizarra a declamar para que perdiésemos el miedo escénico enseñándonos a hablar en público y a leer en voz alta, venía este enternecedor cuento. La palabra Asturias se me quedó grabada en el alma. Por más que Cervantes, que debía de ser algo gallego, se burlase del habla, el acento y la entonación de los coritos, aunque los montañeses no fueran demasiado populares (arrieros, azacanes, amas de cría y soldados) los que se llevaban la palma en el código de befas eran los vizcaínos con su chapurreado y las famosas vascas concordancias.

Se trata de una historia de tahúres donde nada es lo que parece como en la vida misma. La trama se desarrolla en Toledo y narra los amores de la bella Constanza, que servía en una casa de postín como criada pero no era tal criada sino la hija fornecina de un conde burgalés y de un aguador, Lope, asturiano, que no era el tal mozo de dar cebada que acarreaba el agua por las pinas cuestas de la Ciudad Imperial, cargadas las artolas de su jumento de cántaros y de botijos, pues unos crían la fama y otros aportan el agua, sino nada menos que don Tomás de Avendaño, hijo de un hidalgo montañés de las Asturias de Santillana. Cervantes juega al equívoco en esta fábula que tiene todas las trazas de las comedias de enredo del teatro del Siglo de Oro. Todas con «happy end». Se deshacen los malentendidos y la fábula acaba bien. El autor del «Quijote» era un hombre optimista y consiguió guardar la mente ten con ten en medio de tantos infortunios: cárceles, exilios y amarga convivencia entre trajinantes, mesones, posadas, mancebías y ambiente del hampa, puesto que en medio de sus muchos oficios parece ser que ocupó el cargo de trainel o escudero de un cohen del más famoso prostíbulo de Valladolid. Lo que en lenguaje vulgar se llama palanganero de casa llana.

Es un cuento de tramposos. Unos aguadores cerca de la plaza de Zocodover, en un lugar llamado Huerta del Rey, se están jugando un burro a la taba. Las puestas eran tan importantes de hasta cien reales que no parecía que eran perailes sino arcedianos. El aguador, en pocos envites, desplumó a sus contrincantes. El perdidizo se lio a palos, pero el aguador, como hidalgo, se defiende y aparece Constanza, a quien declara su amor. En definitiva, una comedia de enredo con algo de lances de capa y espada. Daca la cola, asturiano. Tírale del rabo. Humor cervantino.

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