La Nueva España » Cartas de los lectores » Epi, un burro muy burro

Epi, un burro muy burro

9 de Junio del 2014 - Francisco Serrano Pérez (Salinas)

Cuando paso por Pillarno, siempre miro a determinada pradería, para ver si veo a Epi. Epi es un burro de los de cuatro patas, no de las dos habituales que produce el sórdido mundo de la política y otros similares.

Epi no es pequeño, pero sí peludo, y no sé si es suave porque nunca lo he acariciado, aunque no por falta de ganas. Me gustan mucho los animales, los burros especialmente. Ya sé que lo correcto sería añadir también «y las burras», pero no me sale. ¡Esto es lo que hay! ¡Iré poco a poco! ¿Vale?

Epi es como la imagen opuesta al «Platero» de Juan Ramón Jiménez. Epi es un burro de una explotación ganadera. Pero Epi es distinto a todos los burros que yo he conocido.

Epi no nació en Pillarno. Epi vino a Pillarno acompañando a unos caballos de un conocido centro ecuestre de Oviedo, que venían a pasar una temporada, como hacemos nosotros cuando vamos a un balneario a «tomar las aguas», o cosa similar. No se sabe si era por su origen capitalino, o por la habitual compañía con los caballos, a los que siempre se los ha conocido como «nobles brutos»; el caso es que Epi mostraba maneras. Era un bonito ejemplar de una subespecie a la que Linneo, allá por el año 1758, clasificó como Equus africanus asinus.

Cuando me lo presentaron desde la lejanía –aquél es Epi, me dijeron– no había nada en él que hiciera adivinar una tan «fuerte personalidad», si se puede hablar así tratándose de un burro; pero intento dejar claro que, dentro del mundo de los burros, Epi era, simplemente, un pelín «distinto».

Al principio compartía prado con una vaca y varias ovejas. Es posible que hubiera algún animal más. Todo parecía idílico en aquella «animal farm» cuando Epi empezó a mostrar lo que se podría llamar raros instintos.

De vez en cuando, buscaba la proximidad de algún animal, acercándose a él, mientras mordisqueaba alguna hierba en tono displicente, en un puro disimulo, para, de repente, lanzarle mordiscos a las ancas, o a otros lugares de esos que tienen los animales.

La vaca, en esas circunstancias, trataba de cornearlo, pero sin muchas ganas.

Las ovejas, las pobres, simplemente salían corriendo, buscando el abrigo de la distancia, o vaya usted a saber, ya que no domino mucho el mundo de las ovejas, que debe de ser apasionante, según he podido saber a través de mi amigo Lai, que sabe mucho de todo, pero también de ovejas y pastores.

Todas estas escenas las he contemplado yo, con arrobo, desde la terraza de un afamado restaurante que hay en el Cuadro. A veces, cuando la situación se teñía de dramatismo, yo permanecía embobado mirando, mientras esperaba el desenlace, y deteniendo hasta el acompasado movimiento de las mandíbulas. Tal interés llegué a mostrar por Epi, que desató una oferta, por parte de la hermana del dueño de Epi, Carmen, que es mi amiga. Quería que me lo llevara, me dijo, porque no producía nada y suponía un gasto inútil. Parece que mantener a Epi era un gasto difícil de justificar.

No llegamos a un acuerdo porque, al no tener yo ningún «prau», veía un tanto engorroso convivir con Epi en mi pequeño apartamento.

Un día, cuando las ovejas habían empezado a tener sus crías, los pequeños corderos, alguien localizó a Epi con uno de ellos en la boca, propinándole unas bruscas sacudidas.

El suceso fue muy comentado, pero como el cordero continuó vivo y siguió creciendo, nadie le dio mayor importancia.

Pero al año siguiente, y por la misma época, Epi fue visto con un cordero muerto en la boca.

No se sabe si el cordero nació muerto o si al pobre animal se lo cargó el Epi, que es conocido como «The killer», y que desde entonces está castigado. Desconozco en qué consiste el castigo, porque nadie me lo ha explicado, pero la vaca, las ovejas y los corderos ya no disfrutan de la compañía de Epi y se dedican a pastar con placidez, que es lo que suelen hacer estos bichos. ¿Qué quieren que les diga? Yo, desde entonces, casi no miro para el «prau». Me falta Epi.

Si el doctor Freud estuviera vivo, yo consideraría interesante acudir a su consulta llevando a Epi. Casi adivino el diagnóstico: «Epi necesita una burra, para que no se aburra». Claro que lo diría en alemán, y no sonaría así.

El mal de Epi es la soledad, que se está convirtiendo ya en pandemia entre los seres humanos.

No me extraña que Agustín, aquel norteafricano tan señalado, que es hoy patrono de Avilés, dijera aquella exclamación: Vae solis! ¡Ay de los que están solos!

Hace un montón de años, más de veinte, estando en Helsinki, alguien me explicó que el 40 por ciento de las viviendas de allí estaban ocupadas por una sola persona. Da la impresión de que se está produciendo un cierto contagio, y que además, se expande allende Pillarno y otras zonas del planeta.

Yo también vivo solo, lo cual siempre es preferible que vivir con Epi, aunque sea majo, el muy animal.

Pero me desquito viniendo a menudo a Pillarno, y disfrutando de la agradable charleta con Eva, Hermi, Gely, Carmen, y... de la estupenda comida, mientras espero ilusionado ver evolucionar a Epi por el prado, cuando finalice su castigo.

Luego, cuando vuelvo a casa, me recito aquello que escribió Lope de Vega en 1632, como parte de su «Dorotea»:

A mis soledades voy.

De mis soledades vengo.

Porque para andar conmigo,

me bastan los pensamientos.

Cartas

Número de cartas: 46112

Número de cartas en Octubre: 50

Tribunas

Número de tribunas: 2088

Número de tribunas en Octubre: 2

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador