La diócesis de Oviedo y el arcedianato de Gordón
Mi amigo don Carlos Luque Cabal acaba de tener la delicadeza de obsequiarme con un libro singular, que lleva por título «Gordón y Asturias. Historia de una vida eclesiástica común». Es un libro hermoso, dotado de una presentación exquisita, con ilustradoras fotografías que realzan los textos, siempre atinados, de sus aportaciones. Al final, algo para mí entrañable: el arcedianologio, con sus 63 arcedianos de Gordón, de tanta nombradía en la catedral de Oviedo, y el parocologio de su arciprestazgo, con sus trece parroquias, con sus cuatrocientos veintiún párrocos o sacerdotes a ellas vinculados, contando entre ellos algunos nombres de asturianos, hasta el año 1954.
El autor es un geólogo de acreditado renombre, aspecto que muy a menudo aflora en sus páginas. Su búsqueda, con todo, se orienta a indagar en los derroteros de la historia, de la religiosidad, del arte y de la cultura de aquellas tierras de bienandanza. Por una vez, su temática se aparta del ámbito habitual de la geología, para acercarse al de la historia, también profundamente gratificante.
La historia constituye esa nueva faceta, a que nos acerca el autor en el maravillosamente perfilado mundo de la pequeña intrahistoria de las tierras gordonesas, tomadas como epicentro rico, sugeridor y sugestivo de su escrito, en que tornan a reviviscencia noticias y vivencias del mayor calado y de la más esperanzadora expectativa de opimos frutos.
Con delectación suma he ido siguiendo, a grandes trancos, la lectura de ese «Gordón y Asturias» que don Carlos Luque nos ofrece, cautivador en su seguimiento, que, cual Méntor redivivo, nos abre puertas a secretos innúmeros, ahora desvelados por primera vez, a misterios e intríngulis hasta ahora no explorados, a laberintos hasta el presente todavía no alumbrados, recomponiendo las teselas casi infinitas de un todavía inacabado mosaico, a que él mismo ansía remitir para ulterior profundización. Su nueva obra se halla todavía abierta, en espera de futuras profundizaciones, guardando cariñosamente arcanos con celo custodiados, que aguardan la mano piadosa que venga a desvelarlos.
Como tantas veces, cuando un libro me encandila y entusiasma, ensimismado y como absorto avanzaba en la lectura atenta, minuciosa y observadora del libro del amigo, del maestro, del guía y mentor, papeles todos que ha venido satisfactoriamente cumpliendo don Carlos, en busca de nuevas perspectivas, de nuevos panoramas, de horizontes nuevos, de facetas sinnúmero que, a raudales, se me iban ofreciendo.
Subtítulo: Un hermoso libro del geólogo Carlos Luque Cabal
Destacado: Con delectación suma he ido siguiendo, a grandes trancos, la lectura de ese «Gordón y Asturias» cautivador en su seguimiento, que, cual Méntor redivivo, nos abre puertas a secretos innúmeros, ahora desvelados por primera vez, a misterios e intríngulis hasta ahora no explorados, a laberintos hasta el presente todavía no alumbrados
Atrayente y subyugadora la lectura de «Gordón y Asturias», casi sin sentirlo, me sumergía en un mundo de reviviscencias, que me traían al corazón y al recuerdo, a la memoria y a plasmación viva, tantas noticias y exploraciones que yo había ido leyendo y releyendo por el Libro de los Testamentos, o por el Becerro de Don Gutierre, por la Regla Blanca o por la Regla Colorada, por tantos diplomas y pergaminos explorados, por el Becerro Nuevo, por el Libro Maestro o por los Estadismos de don Fray Ramón Martínez Vigil, aflorados desde los hondones del catedralicio archivo.
La labor exploradora de don Carlos, traducida a pinceladas geográficas o históricas, quedaba poco a poco grabada en la mismidad de mi espíritu, como esculpida a cincel, reflejando hermosuras y estéticas de la naturaleza o del arte, copiadas y traducidas a formas definidas, después de la labra de artista de la palabra, bien avezado a domeñarla, que resultaba ser la mano experta de don Carlos, recuperando valor y hermosura para las estéticas hechas concreción artística y devoción, igual en los más logrados templos que en las pequeñas y humildes ermitas o eremitorios, cuya belleza íntima aflora con el toque casi mágico de quien los dibuja o esculpe, traduciéndolos a signos de escritura.
Me venía a mientes de continuo una fecha, la de 1954, en que esas tierras gordonesas, tan magníficamente revividas por don Carlos, hasta entonces hechas «una historia de una vida eclesiástica común», fueron desgajadas, amputadas o cercenadas del tronco que, desde los siglos medievales bien tempranos, las había vinculado, como ramas de un frondoso árbol, a nuestra diócesis ovetense. Fue una pérdida que entonces, joven seminarista, sin las inquietudes que más tarde fueron modelando mi espíritu, viví sin traumatismos, aunque ahora aún se me arrasen de lágrimas los ojos, casi sin fuerzas para reprimirlas, ante una pérdida ya inevitable. ¡Cuántas páginas de llanto inacabable habría generado mi pluma, si en la sazón hubiera sido capaz de expresar mis sentires cual los experimento hoy! «Sunt lacrimae rerum», serían «las lágrimas por las cosas», cual las del vate virgiliano, las que considero cual un alivio consolador, en mis pesares, ya sin vuelta ni retorno. La diócesis ovetense, en triste contraste, era elevada a metropolitana, verificándose la paradoja de que, para crecer, lo hizo menguando («minuendo, crescit», expresivo lema a añadir a la Sancta Ovetensis). Creció en rango y dignidad y menguó en tierras y territorios, vivos para una pastoral de hondas raíces.
Trece fueron los arciprestazgos, herencias lejanas del obispo don Pelayo; ciento cuarenta y cinco, las parroquias matrices; dieciséis, las filiales, tal fue la mengua de la diócesis ovetense. Eso sí, como para compensar, obtuvo título de archidiócesis, con tres sufragáneas, Santander, León y Astorga. No obstante, mi desconsuelo no consigo mitigarlo y se traduce en zozobra y lamento inextinguible.
Perdóneme, amigo don Carlos, mi llanto y lamento por el desgajamiento de aquellas tierras de más allá del Pajares, entre las cuales están las suyas gordonesas, protagonistas de esa «historia eclesiástica en común», no empecen para que me haya deleitado en reminiscencias, que me invaden el alma, al leer su libro, hermoso, sugestivo, cautivador cual pocos, que a duras penas arranco de mis manos y de la contemplación de mis ojos. Para usted, amigo entrañable, una palabra de gratitud por haber ahondado en esa «vida eclesiástica en común» a lo largo de tantos siglos, que vincularon las tierras gordonesas a la mitra de Oviedo, creando una simbiosis ininterrumpida entre Asturias y Gordón.
Agustín Hevia Ballina
Oviedo
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

