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Navidad y pobreza (Reflexiones sobre una actualidad inquietante)

7 de Diciembre del 2008 - Pedro Bengoechea Garín

El porqué de estos comentarios, más propios de interpelación que inquisitoriales, en fechas tan apacibles, tiene que ser perfectamente asumible con un panorama económico-financiero quebrado, cuyos efectos están padeciendo de forma permanente las víctimas de siempre: los pobres. La Navidad se identifica inexcusablemente con la pobreza. Para los pobres, la Navidad tiene el mismo sentido y contexto que el que tuvo para Aquel que vino hace más de dos mil años: escasez, carencias, privaciones, sufrimientos en sobreabundancia. Por eso, sólo Él conoce bien y sintoniza a la perfección con quien ha pasado por las mismas experiencias y vicisitudes suyas. Lejos de mí, hacer demagogia insultante, tan sólo pretendo mostrar la cruda realidad de unas cifras que definen la penosa situación, en la aldea global, de muchos de nuestros conciudadanos. Viven en la pobreza extrema 1.400 millones de personas en el mundo. Los líderes mundiales se comprometieron hace ocho años a terminar con la pobreza y el hambre para el 2015, y seguimos prácticamente igual, cuando no peor. Hace unas semanas constatamos que el 22 por ciento de la población española (un país que aspira a estar en el G-8), es decir, ocho millones de personas, y con tendencia creciente, sobrevive o malvive con 125 euros al mes, aproximadamente, menos del 25 por ciento de la renta media disponible (600 euros). Manos Unidas ha manifestado que para combatir la falta de alimentos en el mundo se necesitan 30.000 millones de dólares anuales, mientras se barajan cifras billonarias para paliar la crisis financiera. Cáritas española atendió 142.746 situaciones de pobreza en 2007; sólo hasta junio de 2008 ya llevaba atendidos 100.471 casos, lo que significa un 70 por ciento más en el primer semestre de 2008 respecto del total anual de 2007.

Las ayudas se destinan para la vivienda, impago de hipotecas, alquileres, embargos y desahucios, paro laboral, búsqueda de empleo, etcétera. El G-20 no puede quedar en deshacer los desvaríos de las economías ricas basadas en la especulación financiera desbocada y, si sobra algo, para arreglar un poco la vida de los pobres y los hambrientos ¿Se acordará alguien de esos 923 millones de hambrientos que hay en el mundo? Según la FAO, hay alimentos de sobra para todos los habitantes de este planeta (para 10.000 millones, según los últimos informes de la ONU, y sólo somos 6.000 millones). ¿Saben ustedes que, según la organización Christian Aid, las empresas extranjeras que actúan en América Latina y en el Caribe evaden impuestos por 50.000 millones de dólares al año, y 160.000 millones de dólares, en el universo llamado Tercer Mundo? Ésta es una cantidad tres o cuatro veces superior a lo que precisa la ONU para financiar los ocho objetivos de desarrollo previstos.

Ciertamente estamos en una crisis financiera, pero ésta debe servir para revisar las actuales formas de buscar el beneficio económico, beneficio que no debe ser el único objetivo central de la actividad financiera y empresarial. Son varios los líderes espirituales hoy, incluso economistas premiados con el Nobel, quienes al hablar de la crisis financiera se refieren también a la crisis de capital espiritual, a ese conjunto de principios éticos y responsabilidades, que deben presidir los negocios y toda clase de actuaciones bancarias y financieras. No hay duda: debe primar siempre el ser sobre el tener, la ética antes que el lucro, las personas y sus necesidades sobre los productos y bienes. Vienen a cuento las atinadas palabras de Benedicto XVI de cómo deben guiarse las actividades financieras por principios éticos, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal, es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. En aquel tiempo, que ahora rememoramos, ya hizo su opción el Pobre de Belén.

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