Lealtad
Hemos de advertir de antemano que hay dos clases de lealtad: la de los leales de corazón y la de quienes lo son cuando no les conviene ser desleales. Se trata de tener fidelidad a los propios sentimientos y principios para apostar por la amistad y la lealtad. Para empezar hay que ser leal a uno mismo, de lo contrario es difícil –por no decir imposible– serlo con los demás: «Se fiel a ti mismo y a ello seguirá, como la noche sigue al día, que no puedas ser falso con otra persona», se ha dicho. Se detecta pronto al envidioso y resentido cuando horada con calumnias e injurias la tierra debajo de los pies del ausente. Y es que la lealtad es una gran virtud que hay que ratificar con firmeza como norma. De las tres facetas o condiciones que caben destacar del ser humano: la belleza física, el trato y la belleza interior, esta última es la que de verdad merece la pena valorar y tener en cuenta a la hora de aceptar una amistad. La calidad humana es la que, en definitiva, debiera ocuparnos de observar y apreciar en los demás, no los aspectos externos meramente accesorios y sólo útiles para quienes rinden culto a lo superfluo. No obstante, hemos de recordar que los verdaderos amigos se ven en el infortunio, no en la dicha.
Cuando la falsedad se instala en la cripta de un individuo, maquinando contra un amigo, vulnera subrepticiamente su confianza, porque la lealtad requiere exactitud en el cumplimiento de los compromisos así como en la correspondencia de los afectos. Estamos obligados a poner énfasis en el control del comportamiento humano en evitación de la traición. Y es que cuando la desconfianza entra por la puerta, el afecto sale por la ventana. Debemos ser cuidadosos a la hora de elegir a las amistades. Evitemos hacerlo a la ligera, alegremente; no es aconsejable precipitarse, como no se debe comer el pan hasta que fermente. Requiere su tiempo, para no tener que arrepentirnos por falsos espejismos. Los cheyenes, indios americanos, emplean la siguiente frase, que encaja a la perfección con lo expresado: «Para conocer a una persona, hemos de andar muchos kilómetros con sus propios mocasines». Es mucha la soberbia, la codicia y la envidia que invade a nuestra sociedad. Raúl del Pozo acaba de escribir «que ahora la masa se anima con la verdad y también con las calumnias; no sólo del vulgo, sino del psicópata y del envidioso». Animamos a cuantos sean víctimas de esta lacra a imitar a los estoicos, que despreciaban la opinión del vulgo. «Alcanzarás la sabiduría si te obturas los oídos» (Séneca a Lucillo).
Subtítulo: Un camino que no admite meandros
Destacado:Estamos obligados a poner énfasis en el control del comportamiento humano en evitación de la traición
En la humildad y la nobleza del hombre se encuentra más fácilmente la lealtad; no la esperes donde te topes con el engreimiento. No se puede precisar un balance en el que se arroje los porcentajes de lealtades y traiciones por el día, pero nos inclinamos por la superioridad de este último grupo; lo que resulta descorazonador. Pero es la realidad que se palpa en el ambiente, sencillamente porque la felonía circula más que la fidelidad, que es afección personal que acompaña a la lealtad. Por eso algunos seres sólo entienden de la lealtad que le deben sus semejantes, sin que para nada se sientan obligados a respetar la que les corresponde a ellos cuando la ocasión se presenta, lo que supone caer en el egoísmo más exacerbado. Lamentablemente, los hombres no sólo suelen olvidar los beneficios recibidos, sino que odian a quienes se lo procuran, dicho está. Por último, no se debe olvidar nunca que los caminos de la lealtad son siempre rectos, no caben meandros en su recorrido.
José Antonio Coppen Fernández
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