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Crisis actual y riesgo de suicidio

1 de Julio del 2014 - Prof. Dr. José Antonio Flórez Lozano

La depresión es una enfermedad incapacitante que se asocia a una gran comorbilidad. Constituye también el principal factor de riesgo para el suicidio en las personas ancianas. La OMS (2012) pronostica que esta enfermedad –que ahora ya constituye la cuarta causa de discapacidad a escala mundial– será la segunda en 2020. La depresión en personas de edad avanzada afecta al 10-15% del colectivo. Estos porcentajes aumentan en personas institucionalizadas en centros gerontológicos. Cada año, aproximadamente un millón de personas desesperadas en todo el mundo se niega a vivir y elige una solución definitiva frente a una adversidad de la vida. De hecho, el suicidio consumado en varones mayores de 65 años es ya uno de los mayores problemas de salud pública y crecerá de forma epidémica potenciado por la crisis socioeconómica actual. Si no somos más eficaces a la hora de desplegar programas de prevención terapéuticos como los venimos desarrollando desde hace años, el suicidio seguirá creciendo de forma muy alarmante. En EE UU, por ejemplo, hay 23 suicidios por cada 100.000 habitantes de más de 65 años, frente a 12 existentes en la población general. Por otro lado, la proporción de intentos de suicidio/suicidios consumados en la vejez es de 2/1; mientras que en la juventud esta proporción es de 20/1. Ello nos da idea de la magnitud del problema, así como de la dureza de los intentos que, generalmente, casi todos terminan en suicidio consumado utilizando para ello métodos muy drásticos (defenestración, ahorcamiento, tirarse a un tren, cruzar una autopista, pegarse un tiro, etcétera).

En el origen del suicidio, adquieren especial relieve diversos factores psicosociales (pérdida de un ser querido, pérdida del sentido de la vida, soledad, rechazo, marginación, pobreza, aislamiento social, sensación de inutilidad, de fracaso, tristeza, dolor crónico, etcétera). En general, la melancolía, en cualquiera de sus formas y en cualquier momento de su evolución, es susceptible de acabar en suicidio. Se estima que alrededor del 50% de los sujetos deprimidos acaban por suicidarse. Muchos elementos concurren en la elaboración de la idea suicida: el dolor moral, la culpabilidad, la falta de apoyo social y emocional, la autoacusación y la inhibición que impide cualquier descarga exterior. El estrechamiento del espacio vital, la ruptura progresiva de los lazos sociales y el repliegue sobre sí mismo son algunas conductas sociales previas al acto suicida. Sin duda, el cariño incondicional es el mejor regalo y también el antidepresivo más eficaz. Y una educación sustentada en valores humanos (bondad, amistad, humildad, solidaridad, amabilidad, altruismo, gratitud, ayuda, comprensión, ternura, etcétera), constituye un escudo protector resistente frente a la depresión y el suicidio.

Subtítulo: Los escudos protectores frente a la depresión

Destacado: En una sociedad ultraconectada, estamos más solos que nunca. Vivimos en un aislamiento inimaginable para nuestros ancestros. Tenemos hambre de afecto y de cariño.

Pero en la actualidad abundan dramas individuales y personas sin ilusiones. Se dice “cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. Días aciagos en los que por todas partes nos bombardean con noticias económicas y sociales lamentables: crímenes, violencia, malos tratos, catástrofes, miseria, desahucios y suicidios. La crisis socioeconómica está claro que perturba el equilibrio psicológico y familiar y, en muchos casos, lo fulmina. Se diluyen las relaciones humanas que están hechas de amor y el amor no es otra cosa que una forma de atención prolongada en el tiempo. La soledad psicológica, íntima, es un detonante esencial. De hecho, se ha comprobado un 80% más de depresión entre las personas que viven solas frente a las acompañadas. La falta de apoyo familiar, emocional y social contribuye especialmente a la depresión. En fin, en una sociedad ultraconectada, estamos más solos que nunca. Vivimos en un aislamiento inimaginable para nuestros ancestros. Tenemos hambre de afecto y de cariño.

La soledad hiperconectada, con esa comunicación tecnológica banal, está aquí, y sus efectos depresivos también. Hasta aquí, hemos vivido secuestrados por el espejismo consumista y su becerro de oro. Ahora, sin embargo, somos víctimas de un síndrome de Estocolmo brutal y colectivo que favorece también la depresión. Cuando un ser humano se siente ofendido y humillado, como ocurre con tantas personas atrapadas en la telaraña de la crisis, surgen la inseguridad y la baja autoestima; su cerebro reacciona con estado neuroquímico compatible con la depresión y afloran los ingredientes necesarios para la depresión: frustración, melancolía, desvalorización, cansancio, rutina, tristeza, impotencia, desinterés, inhibición y desesperación. La vida se ennegrece y la tristeza nos envuelve como una gigantesca telaraña.

Además, la crisis socioeconómica actúa como un tsunami y, en consecuencia, se ensaña con todo lo que encuentra a su paso y es causa fundamental en los conflictos conyugales: cuentas del banco en números rojos, amenazas de embargo, pérdida del poder adquisitivo, desahucios, pérdida de la calidad de vida, pérdida de los amigos, ruptura del amor y de la pareja que puede empujar a la persona vulnerable al suicidio. Las nuevas tecnologías, el hedonismo, el relativismo, la caducidad de los principios, la ausencia de reglas, nos sitúan ante un caos generalizado y muchas personas sufren un profundo desencanto por la pulverización de los principios morales y la evaporación de los valores y principios educativos. La sociedad actual es un fiel reflejo de que algo falla en el intento de ser felices. El hedonismo es la otra cara de la pulsión de la muerte, y una sociedad no puede sobrevivir exclusivamente asentada en el placer como principio básico. El hedonismo contemporáneo se basa en la necesidad del goce ininterrumpido y, precisamente ahí, muchas personas se quedan atrapadas por la depresión. Esta cultura del bienestar radical, de las vacas gordas, de la cultura del exceso, ha hecho que la espiral vital de la juventud se haya convertido en una bomba existencial activando, tal vez, un instinto de destrucción (instinto agresivo o de muerte) generado por la embriaguez del consumo. Una sociedad del bienestar convertida en la del “malestar”; una generación que crece sin valores morales o psicológicos, muchas de cuyas personas quedan perdidas, o atrapadas, en el laberinto de la depresión.

Así, bajo la tiranía del nihilismo ya no hay virtud, ni referencia, ni control; los resortes educativos han sido pulverizados y la persona no tiene la cimentación moral para seguir adelante y hacer frente a las adversidades de la vida. En fin, no hay moral posible. Así, sin puntos de referencia, sin raíces, sin una educación y cultura potentes, flotando en el aire y en pleno furor iconoclasta, surge la depresión; y tal vez el desencanto final cristalice en el suicidio. El desempleo es un factor precipitante, brutal. Sin duda, puede ser peor que el sufrimiento y el estrés psicológico por la pérdida de un ser querido, porque cada día te encuentras con la misma realidad (rechazo, marginalidad, impotencia, incertidumbre, pobreza, sensación de inutilidad, exclusión y/o comprensión). Y esa realidad no cesa y se convierte en una rumiación obsesiva. En fin, personas empantanadas en la ciénaga de sus propias emociones negativas, que se sienten desgraciadas, desamparadas, desvalorizadas, deprimidas, insatisfechas con sus vidas, con sus relaciones y consigo mismas. No hay nada que deseen más que librarse de ese dolor y sufrimiento que arrastran como una pesada losa sobre sus espaldas, que las agota un poco más cada día hasta dejarlos exhaustos. Sin duda, algo les falta, se encuentran heridas emocionalmente; algo en su interior está gritando ¡Ayúdame!

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