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Esteban, de los nuestros; otros, no tanto

20 de Mayo del 2014 - Félix Martín Martínez (Oviedo)

Por enésima vez, toca volver a empezar. Pero resulta que los desastres futboleros, como los éxitos, no vienen solos, ni caen del cielo como el granizo de primavera. Suelen, al contrario, ser consecuencia de la mala planificación, de la falta de un adecuado organigrama directivo o del engaño. Aquí el punto de partida. Y es que, si ponemos la moviola nos encontramos al expresidente Eugenio Prieto sacando pecho y perímetro (esto sobre todo), apurando nuestra última temporada en Primera División, y argumentando engañosamente aquello de que las arcas del Real Oviedo estaban saneadas. Al poco, el descenso a Segunda, apareciendo una deuda de varias miles de millones de pesetas. Pues nada, este grandón todavía tuvo bemoles a competir en las primarias socialistas para optar a la Alcaldía ovetense. De nuevo, perdió por goleada y ya no levantó cabeza.

Y a partir de aquello, ya se sabe, el primer año en Segunda División, en los pies de Iñaki Marigil, probablemente el peor entrenador de la historia del Real Oviedo, incapaz de recuperar el ascenso en una Segunda División del menor nivel que se recuerda. Además, con Víctor Onopko sin saber cómo escapar del Oviedo, autoexpulsándose cinco veces en la temporada (lástima, no hubiese regresado a Ucrania).

A todo esto, los ovetenses, fruto de los cambalaches gabinistas y los trueques urbanísticos (el Calatrava parece obra de los hermanos Calatrava), los ovetenses, repito, nos resignamos a pagar los 4.ooo millones de pesetas de un estadio de primera, para jugar en tercera, consecuencia de nuevos débitos, impagos, etcétera. Para más inri, todavía con el nombre primitivo de Carlos Tartiere. ¿Acaso dentro de un siglo, cuando Oviedo levante un nuevo estadio, seguirá bautizándolo igual? No tiene sentido.

Desde tal desastre deportivo, una plantilla nueva por temporada e impresentables frivolidades como el fichaje de Lobo Carrasco o del doctor Suspenso (Granero), etcétera. Por último, a experimentar con Robles, a modo de probeta de laboratorio, de donde, normalmente, no suelen salir milagros futboleros.

Y en el medio de todo, la mejor afición del mundo, que hasta fue capaz de suscitar el interés del hombre más rico del planeta. ¿Dónde están los tan ilustrísimos apellidos compuestos del Oviedín del alma? ¿Dónde los pobres Fernández-Vega, los Cosmen Adelaida, los Serafín Abilio y compañía? ¿Dónde la legión de peloteros que, año tras año, han dado la vuelta al mundo con Tini Areces en pro de grandes chollos empresariales a costa del erario autonómico? Yo me quedo con los Symmachiarii, temporada tras temporada peregrinos por los campos de España a cargo de sus bolsillos y dejándose cada domingo el alma, el corazón y la vida, con orgullo, valor y garra. Estos sí que se merecen un monumento en medio de la plaza de la Escandalera, al lado del perro "Rufo".

En fin, duele que en la década más sobresaliente del futbol español nuestro Oviedín del alma sigue arrastrándose en 2.ª B, incapaz de generar un mínimo de ilusión a la parroquia; duele ver cómo año tras año se cae en los mismos errores sin rectificación alguna. Duele que todavía tengamos que acordarnos de las grandes tardes de Lombardía, Carrete, Tensi y Juan Manuel (todos de la casa, como Esteban, que con sangre azul será más que bienvenido).

Pues nada, que toca volver a empezar. Ojalá imperen la cordura y el sentido común, y que éste pase muy cerca de los nuestros. Es decir, de José Luis Quirós o de Paco, de Fredy Valdés, Pulgar, Iñaki Artabe o de Marcos López (antes de que Luis Enrique se lo lleve para el Barcelona). ¡Hala Oviedo!

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