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¿Vale la pena ir a votar el día 25?

26 de Mayo del 2014 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Se aproxima la fecha de las elecciones al Parlamento europeo y las encuestas de intención de voto se prodigan por todas partes. Pero tal vez, en esta ocasión, el análisis no sea si la mano que vota lo hace en un sentido o en otro, sino que ni siquiera lo hace. Es decir, que no tiene intención de mover ni un dedo para introducir ningún tipo de papeleta en la urna. Éste es el resultado que arrojan las encuestas. El personal, en un moderado alto porcentaje, no quiere votar. Y no es que en sí no quiera hacerlo, como algunos voceros de partido tratan de explicar, no. Es porque entre la ciudadanía han empezado a hacer estragos como una plaga bíblica el desánimo, el hastío, la falta de fe en los políticos y su endogamia, prerrogativas, listas cerradas, partidismos, corrupción organizada y demás síntomas de mediocridad y, hasta si se quiere, de involución democrática.

Sí, con más pena que gloria se va deslizando la campaña y parece que no va a ser necesario el dictamen de las urnas para vaticinar con cierta seguridad quién será, al menos en nuestro país, el ganador: la abstención. Las encuestas más fiables apuntan que el desencanto de los españoles va a romper el techo del 56 por ciento de los electores que se quedaron en sus casas en 2009.

Crece el euroescepticismo, además, por los discursos de atracción de los partidos de extrema derecha, que en Gran Bretaña, Holanda y Francia piden explícitamente la salida de la Unión Europea.

Éste es el escenario de arranque de una campaña que los ciudadanos asumen con desgana y en la que los partidos deberán ser capaces de reavivar la idea de una Europa fuerte y unida, como solución al problema de todas las crisis que nos están asfixiando: crisis económica, crisis política, crisis de valores y hasta crisis de confianza en el futuro.

Si la abstención al final resulta tan elevada, dará qué pensar en lo que cuesta y supone mantener unas estructuras (parlamentos en Bruselas y Estrasburgo, Tribunal de Justicia en Luxemburgo, consejos, etcétera), con varios miles de políticos y funcionarios de cuyo trabajo poco saben los ciudadanos de a pie.

Los rescates y las severas medidas de ajuste impuestas a países como Irlanda, Portugal y Grecia -y en buena medida también a España- han generado mucha animadversión. Es como la levadura de un rechazo que sigue fermentando. Aunque es mucho lo que España recibió en los primeros años de adhesión a la UE -fondos estructurales, ayudas a la agricultura, etcétera-, a raíz de la crisis, los años se cuentan por ajustes a la baja en salarios y en prestaciones sociales, y todo se justifica invocando directrices venidas de Bruselas: que si el objetivo de déficit, que si los intereses de la deuda... O sea, la cara amarga de la cuestión.

Todo ello es una imagen que ha calado en el ánimo de la gente, que ha visto cómo sus vidas se han empobrecido. En el caso de España, tenemos casi 5 millones de parados -un tercio de ellos ya no percibe ayuda-. A todos ellos y a los millones que aún conservan el trabajo pero que han visto cómo sus salarios han sido reducidos que no vengan ahora los políticos a pedirles entusiasmo por Europa y sus instituciones. Lo ven como algo lejano.

Muchísimos ciudadanos saben que el empeño de muchos políticos por ir a Europa es el de quien busca una colocación de lujo después de no haber hecho nada por merecerla. Viendo los nombres de candidatos de algunos partidos, la cosa no ofrece demasiadas dudas.

Sabe, eso sí, que es una canonjía para los políticos. Ser eurodiputado es un chollo. Entre sueldo, dietas y complementos, se acercan a los 15.000 euros mensuales, y con derecho a una pensión de jubilación a partir de los 63 años. Un privilegio que pone a los políticos en casa, de por vida. Por eso hay bofetadas por ir en las listas, aunque sea muy pobre el entusiasmo que despiertan sus pregones.

De ahí la gran desafección que reflejan las encuestas. Creo que el grueso de la gente pasa de estas elecciones. Pasa de Europa. Sus prioridades son otras. En muchos casos, la verdadera lucha, la épica de la situación, por desgracia, pasa por intentar llegar económicamente a fin de mes.

Europa, de momento, puede decirse que es una sinfonía inacabada.

Y, a fin de cuentas, bastante hacen algunos electores si se acercan a las urnas por rutina.

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