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El martirio del zar y la resurrección cristiana en Rusia

24 de Mayo del 2014 - Antonio Parra Galindo (Cudillero)

En la noche del 16 al 17 de julio de 1918 fueron fusilados en los bajos de la casa de Ipatiev el mercader el zar y su familia: la zarina Alix, el zarevich, las princesa Olga, Tatiana y Anastasia y varios miembros de su séquito. La orden la dio Lenin pero los verdugos materiales fueron un tal Abraham Litvaski secundado por el lugarteniente Imre Nagi, un húngaro. Los componentes del pelotón de fusilamiento eran lituanos y estonios a los que se les administró una poderosa ración de aguardiente al negarse los soldados rusos del ejército rojo a perpetrar semejante barbarie. Para cualquier ruso la figura del emperador era el representante de Dios en la tierra. El hecho de que el lugar de la ejecución fuera la residencia de un hombre de negocios de raza hebrea y que los que firmaran y ejecutaran la sentencia de muerte Zinoviev y Lenin fueran de tal origen étnico hace suponer una conspiración de las fuerzas oscuras. El conde Yussupov, el asesino de Rasputin, el monje loco y de poderes satánicos que tuvo una influencia nefasta en el palacio de Tsarkoe Selo y que embaucó a la zarina Alexandra haciéndola creer que el zarevich sanaría de la hemofilia con sus oraciones, puesto que dice en su libro El fin de Rasputin que el infame y libertino eclesiástico- un diabólico yurodivi- fue introducido en la corte de Petersburgo con el apoyo de los judíos. Sea como fuere, el caso es que el zar y su familia fueron preconizados como santos mártires y el lugar donde fueron martirizados, Yekateringrad, convertido en un centro de peregrinación. Curiosamente, Boris Yeltsin, que fue gobernador de aquella provincia en los Urales en la época de Breznev, mandó volar con dinamita la tahona de Ipatiev para disuadir a los peregrinos de este lugar de culto. Sin embargo, san Nicolás, santa Alix, el zarevich santo y las tres bellas princesas debieron de obrar un milagro y Boris Yeltsin murió en el seno de la iglesia ortodoxa que le tributó unas exequias como no se conocía desde la época de los zares. El zar murió con su hijo en las rodillas perdonando a sus enemigos pero vaticinó que algún dia la gran patria Rusia resucitaría para bien de la humanidad en el amor y la luz de Cristo. La profecía del último zar parecece haberse cumplido: la Iglesia Ortodoxa Rusa bajo el báculo del patriarca Alejo II de fausta memoria vive un tiempo de esplendor y las iglesias que en la época leninista fueron convertidas en graneros o en museos del ateismo hoy están llenas. Allí afluyen las jóvenes de las nuevas generaciones a los cultos es masiva.

Algunos historiadores siguiendo las pautas trazadas por Verdiaev en su interpretación del destino mesiánico que parece gravitar sobre el pueblo ruso afirman que el magnicidio de Ekaterimburgo fue un segundo Gólgota. La familia imperial cargó sobre sus hombros la cruz de la culpa de un pueblo y se hizo acreedora de las arbitrariedades y excesos de la dinastía Romanov.

Se trata nada más que de una hipótesis pero como resulta que el crimen no paga a Litvaski Stalin lo mandó a Siberia e Imre Nagi el dictador húngaro moriría asesinado por orden soviética. Asimismo, los dolores de la Gran Guerra Patria, los sufrimientos y gran mortandad dejaron un poso antisemita tanto en el pueblo como en el Politburó dando lugar a las purgas y a los Juicios de los Doctores. Sin embargo Stalin seria uno de los principales impulsores de la creación del estado de Israel, gran parte de cuya población es de origen ruso. El asesinado Isaac Rabin, pongamos por caso, había nacido en San Petersburgo. En la iglesia ortodoxa tampoco se da el antisemitismo, un error en el que pudo incurrir alguna vez la iglesia latina.

Descartado cualquier prurito xenófobo, y partiendo de la base de que el mal y el pecado existen en el mundo y no se puede culpar al pueblo hebreo del pecado de deicidio, entre rusos e israelitas existe una corriente de atracción y de repulsa que hace que el tema, resuelto en el plano teórico, sea a veces complicado en la practica.

Moscú acusa a los judíos de fomentar en el oeste las campañas de rusofobia que aparecen en la prensa europea y norteamericana casi a diario: las mafias, el caso de los espías, los opulentos magnates del petróleo y de Gazprom. En medios eclesiásticos ortodoxos se miran con preocupación la política del régimen de tel Aviv de haber nombrado al patriarca ortodoxo de Jerusalén persona non grata. Se están comprando las propiedades rusas en Tierra Santa ya que la idea que alberga el sionismo es de judaizar Jerusalén. Es una política a largo plazo por la cual la Ciudad de David dejaría de ser la ciudad de las tres religiones monoteístas. El gobierno de la misma forma que hizo con los árabes en 1948, con los árabes mahometanos y cristianos, de comprarle tierras y bienes inmuebles, está utilizando la misma política con los miembros de otras religiones cristianas asentadas allí desde tiempo inmemorial. Es una forma de expulsarlos.

Los franciscanos españoles también se quejan de lo mismo. De todas las formas el nonagésimo aniversario del fusilamiento de los Romanov que supieron dar testimonio de su fe ante los bolcheviques y descreídos es aparte de todo un síntoma esperanzador de que las fuerzas del averno desatadas contra la Iglesia, sea ésta la de Bizancio, Roma, Alejandría o Cantorbery (todas conservan el aliento ecuménico de los apóstoles) no podrán abatirla ni destruir la fe y la esperanza de los que seguimos los pasos del crucificado. Nunca podrán con nosotros. Dentro de diez días en la conmemoración de su transito es una buena ocasión para acogernos a la protección de estos santos mártires. Lo de Rasputin- Judas los hubo y los habrá siempre- es un episodio que queda un poco lejos. Aunque tan siniestro personaje, una verdadera mina para los explotadores del morbo (se conserva su pene en formol y se cuenta el lance de su muerte aguantando dosis de cianuro capaz de tumbar a un regimiento y de soportar los disparos que le deparó Yusupov), sea más conocido que el mismo Nicolás II y su esposa la bella zarina de origen alemán, imploramos a estos mártires su protección. Rogad por nosotros

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