Oviedo se hace periférico
Durante la temporada central del verano la ciudad cambia un poco su aspecto y en las calles se suelen ver más turistas y menos vecinos. Estos quizá se fueron al Mediterráneo, a la aldea, a las playas asturianas, incluso algunos muy lejos. Los había que están y no están, alternando las horas del día entre Oviedo y Luanco, La Isla, Cadavedo o Llanes, por ejemplo. En fin, parece que Oviedo, en agosto, se hace periférico por arte del descanso, del veraneo, de las vacaciones, de unos saludables y gratos usos sociales que tienen tradición y arraigo y sirven para sustituir durante unos días los hábitos cotidianos de la mayor parte del año.
En ese cambio de actividades cotidianas pasan a la nómina del interés personal algunas ocupaciones de ocio, entre las que la lectura puede representar un buen aliciente. Y en este sentido, además de muchas otras, podría recomendar una novela muy apropiada. Se trata de Helena o el mal del verano (Ed. El Acantilado), una agradable, magnífica y encantadora pequeña novela del escritor gijonés Julián Ayesta, que pasa por ser una de las narraciones más representativas y de mayor calidad del siglo XX en España.
Julián Ayesta, que nació en Somió en 1919 y falleció también en aquella parroquia gijonesa en 1996, después de una dilatada vida profesional como diplomático, sólo escribió esta novela corta y algunos relatos, que ahora han sido recogidos en un libro titulado Cuentos (Ed. Pretexto). Entre éstos también se encuentran algunos dedicados a Helena, el personaje central de la novela, una adolescente que veranea en un lugar que podría ser Gijón y es el amor del protagonista, otro chico que descubre a través de ella la ternura, el cariño, el valor del paisaje, el entrañable regusto de la vida familiar...
Pero lejos están los remotos días / en que el amor se confundía con la pujanza / de la naturaleza radiante / y en que una melodía feliz y poderosa / henchí un pecho, con un mundo a sus plantas..., cita el autor estos versos de Aleixandre, como entradilla a esa novela que recoge siete escenas cargadas de referencias al paisaje, la belleza y el amor primero.
En fin, una novela asturiana, de antología y de encanto, que pudo servir para acompañar el agradable pasar de los ratos en ese descanso de la periferia de agosto, pero también para cualquier otro momento del otoño, del calor de hogar del invierno o de la futura primavera. Un libro para cualquier momento, para siempre.
Ángel García Prieto,
Oviedo
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