Cuando una vida vale más que otra
Haciendo un repaso de la información de la semana me detengo en una noticia sobre las primeras detenciones de los presuntos responsables del accidente minero en Soma, Turquía, que les costó la vida a más de 300 personas.
Este hecho me hace repasar mentalmente los últimos accidentes mineros y lanzarme a Google a refrescar mis recuerdos. En un texto publicado en abril sobre la muerte de 19 mineros chinos por una inundación, encuentro un dato llamativo: unos 3.000 trabajadores fallecen al año en las minas chinas, especialmente en las dedicadas a la extracción de carbón.
Localizo más detalles sobre otros tantos accidentes mineros ocurridos en el país asiático, informaciones de agencia, no demasiado desarrolladas y nuevas para una servidora, que, sin embargo, tenía grabadas a fuego otras tragedias como el derrumbe de la Mina San José, en Chile en 2010, o el reciente desastre turco.
Esto me lleva a denunciar un hecho habitual: cómo las vidas de unas personas, dependiendo de su lugar de procedencia, valen más que las de otras. Es lógico que nos llegue más lo que le ocurre a nuestro vecino del quinto que a alguien que ni siquiera conocemos que vive a miles de kilómetros de distancia. Pero también es cierto que tanto Chile como China y Turquía no están en ningún caso a la vuelta de la esquina. Y pienso, en este caso en concreto, que China ha sido la gran olvidada, la clave puede hallarse en el oscurantismo del régimen chino, para el cual, casualmente, el carbón es la principal fuente de energía. En el mundo en que vivimos si ellos no reivindican a sus muertos, ¿quién lo va a hacer?
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