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Malebranche y su pensamiento ético y político

27 de Mayo del 2014 - José Manuel López García (Gijón)

Ciertamente, el desarrollo de unas consideraciones críticas acerca de la filosofía racionalista de Malebranche es una tarea extensa. Me limitaré en este artículo a unos comentarios sobre sus planteamientos en relación con aspectos ético-políticos y sociales. Especialmente, porque el ocasionalismo ha sido ya abundantemente tratado y analizado por numerosos pensadores.

En lo relativo al ocasionalismo de Malebranche, si se entiende que Dios es lo que sostiene las leyes de la naturaleza, y que como resultado de las huellas en el cerebro son producidos los datos de conciencia, puede pensarse que la disposición general de la naturaleza es ocasionalista. Lo que, a mi juicio, no se sostiene argumentativamente es pensar en la divinidad como entidad productora o causante en nosotros de tales o cuales contenidos mentales.

De todas formas, conviene tener presente que la producción filosófica y teológica de Malebranche es fundamental en la Historia de la Filosofía. Por ejemplo, este filósofo francés elabora una teoría del proceso sensorial que se anticipa desarrollos de otras epistemologías posteriores, lo cual es altamente meritorio. Indica que existe primero una acción de los objetos sobre el organismo y también huellas cerebrales además de la sensación como objeto de la mente y, por último, una actitud judicativa o lo que es lo mismo una serie de juicios. Esto lo que prefigura es una teoría asociacionista por parte de Malebranche para la explicación del funcionamiento cerebral humano.

Respecto a la ética malebranchiana conviene saber que la libertad es un valor esencial para el pensador racionalista galo. Por tanto, el ocasionalismo es la afirmación de la omnipotencia divina que produce una especie de ajuste perfecto entre el alma y el cuerpo, como también establece Geulincx con su metáfora de los dos relojes bien sincronizados.

Independientemente del concepto de gracia que afirma Malebranche, se observa claramente en su pensamiento, una rotunda valoración positiva de la moral racional. Porque se opone al determinismo jansenista. Y es que la exclusividad eficiente de Dios según este teólogo y filósofo no determina el comportamiento humano, ya que el individuo puede superar la gracia divina, y obrar bien mediante la razón. Por tanto, desde su perspectiva es posible y realizable una moral racional fundamentada en la realidad. Esto se observa de forma más profunda, si se considera que Malebranche no acepta la ética estoica porque piensa, acertadamente, que limita las posibilidades humanas. De hecho, reitera el valor del amor propio como el motivo esencial en todo ser humano. Lo que se expresa en la búsqueda del placer por parte de las personas. Por tanto, el planteamiento de la ética malebranchiana es parecido en ciertos aspectos al propio del epicureísmo, aunque no al del hedonismo en un sentido absoluto. Para Malebranche el placer viene de Dios y «no del cuerpo». En este sentido, el placer no es algo negativo, y es una manifestación sensible de la adecuación moral de los actos humanos. Además, este pensador considera que tanto la experiencia intelectual como la sensible son primordiales en toda conducta, y también en el ámbito ético.

Se puede decir que para Malebranche existe un amor al orden que es el reflejo de la excelencia divina. Dios es el máximo bien y, por tanto, desde la perspectiva de este filósofo los valores éticos y la bondad como criterio esencial son algo que podemos aprehender en la divinidad si prestamos la debida atención a su perfecta excelencia.

En lo relativo a la sociedad de su tiempo que es la del siglo XVII y principios del siglo XVIII reconoce que percibe con frecuencia la injusticia. No es conformista, pero tampoco es un pensador políticamente conflictivo. Si bien se muestra bastante crítico con la nobleza en determinados aspectos. Malebranche en su teoría política está de acuerdo con la doctrina tomista de la ley natural, aunque añade ideas modernas para su época. Por ejemplo, afirma el valor de la libertad de conciencia, y también el de la equidad como esenciales en cualquier estado. Anticipa lo que sería el iusnaturalismo racionalista.También legitima, con ciertas condiciones, la desobediencia civil ante los excesos del poder absolutista de su tiempo. En definitiva, la racionalidad y la justicia deben los criterios que fundamenten cualquier acción política y social.

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