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El genio y la figura de Marino Gómez-Santos

26 de Julio del 2009 - Lola Fernández Lucio (Oviedo)

Con estupor y asombro leo la entrevista que Javier Neira hace a Marino Gómez-Santos en LA NUEVA ESPAÑA del viernes 17 de julio. En ella entrevistador y entrevistado amenazan a los lectores de dicho periódico con unas memorias que sobre el Oviedo de la guerra y la posguerra publicará en breve el «muy prolífico escritor, amigo de todos los grandes intelectuales españoles de la segunda mitad del pasado siglo». Llevarán el título de «En busca de mi Oviedo perdido».

Nos cuidaremos muy mucho de leer tales memorias, dado que si ellas se ajustan tanto a la verdad como las escasas líneas que dedica a Ángel González, serán un repugnante libelo que a nadie podrá servir para nada.

Ya el título, «En busca de mi Oviedo perdido», es una falta de respeto. Por favor, Marino, no pongas tus manos en Proust y confórmate con otro título menos pretencioso para encabezarlas. Algo así como por ejemplo: «A vueltas con Orbayal en mi memoria». Tu despecho cuando abandonaste esta ciudad todavía lo recordamos aquí muchas personas.

Voy a puntualizarte algunos detalles sobre Ángel González:

Primero. La casa de su madre en la avenida de Galicia, número 8, no tenía ningún mirador. Tenía ventanas. Yo vivía, como tú sabes, en el número 6, y recuerdo perfectamente esa fachada, y también, por cierto, unas cuantas fotografías de aquellos grandes intelectuales españoles amigos tuyos decorando el suelo de mi portal... inexplicablemente.

Segundo. Si alguna vez viste a Ángel detrás de una ventana, no me extraña que tú no supieras qué esperaba. El sí lo sabía: un futuro mejor, otro tiempo distinto a aquel de banderas desplegadas, mejor y más justo.

Tercero. Lo calificas de acobardado. Quizá no sepas que con diez años le sirvió a su madre de mensajero, entregándole la carta que un sacerdote de la iglesia de San Juan había puesto en sus manos infantiles, en la que se le comunicaba a doña María Muñiz el fusilamiento de uno de sus hijos. Inolvidable para él la escalada de la calle de Toreno aquella mañana mientras oía el canto de los pájaros en el campo de San Francisco.

Cuarto. Perteneciente a una familia ilustrada de las que habían perdido la guerra, como él mismo nos contó, él y sus amigos tenían que hablar en voz baja, pero aprendieron muy pronto a decir «no». Se acostumbraron a «vivir entre las heridas más sórdidas del mundo y los recursos más brillantes de la imaginación» (P. I. Taibo I).

Quinto. Ángel González nunca vino de Villamanín de mirar estrellas. Vino de Páramo del Sil, donde, tras una larga convalecencia, se había recuperado de una grave tuberculosis. Allí empezó su vocación poética, pero habrían de pasar muchos años antes de que se atreviera a confesarla.

Sexto. Ángel se sentiría orgulloso de que asociaras su nombre con el de un «limpiabotas historiador de nubes».

Séptimo. Se nota mucho que Javier Neira miente. Tan ovetense y tan aficionado a la música, no me creo que a estas alturas de la película no tenga ni idea de que Bercelius era el seudónimo de Ángel González cuando firmaba sus estupendas críticas de música. Jaime Buylla, presidente de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, declaró en mi casa, hablando de los primeros años de ópera en Oviedo, tras la inauguración del Campoamor remodelado, lo siguiente: «Esos primeros años los asocio con Victoria de los Ángeles, la voz más hermosa que yo escuché en mi vida, y con Bercelius, uno de los mejores críticos musicales que tuvo Oviedo, seudónimo con el que firmaba sus crónicas el poeta Ángel González. En aquella ocasión tituló la reseña sobre el debut “La victoria de los ángeles”».

Octavo. Difícilmente se podía conocer la poesía de Ángel en las tertulias de Oviedo cuando todavía su autor no la había publicado.

Noveno. Sorprende que los grandes titulares de la entrevista se dediquen a Ángel González. Por desgracia, sus amigos lo hemos perdido como hombre, pero su obra está ya a salvo, en todas las bibliotecas públicas y privadas del mundo, para que la lean quienes aman la poesía.

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