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El procedimiento interpretativo de Abelardo

2 de Junio del 2014 - José Manuel López García (Gijón)

Ciertamente, ante la innumerable multiplicidad de planteamientos reflexivos posibles ante la complejidad de la realidad el método interpretativo debe adecuarse a cada caso y situación cognitiva. Esto si cabe es más necesario aún en el ámbito filosófico. En el campo de la ciencia las cuestiones metodológicas adquieren una significación quizás mayor que en el mundo del pensamiento porque la actividad científica requiere una rigurosidad y precisión extraordinaria. Que la verdad es algo alcanzable desde sucesivas aproximaciones que la delimitan más clara y profundamente es lo que, a mi juicio, se deduce de la forma de pensar de Pedro Abelardo ya que dice en Sic et non: «La investigación se emprende con el estímulo de la duda, y por medio de la investigación se llega al conocimiento de la verdad». Es algo que posee cierto parecido o similitud con la teoría popperiana del racionalismo crítico sin ser la actitud abelardiana falsacionista.

La significación de los minuciosos y detenidos análisis del lenguaje se convierten en una fuente de claridad ante las posibles ambigüedades de los términos utilizados por los diversos pensadores. Se entiende perfectamente que César Raña Dafonte comentando a Abelardo escriba: «Ahora bien, ante las dificultades que presenten los textos de un pensador, lejos de retraernos de su aclaración, hemos de afrontarlas con ahínco». Es lo que demostró con su labor como filósofo y profesor Abelardo explicitando unas reglas de interpretación que siguen siendo válidas actualmente porque son coherentes y fundamentadas en una lógica real y procedimental profunda. Incluso en pleno siglo XXI existe una abundante bibliografía sobre estas cuestiones relacionadas con los métodos de investigación intelectual. El libro de Carlos Iglesias Fueyo titulado El nacimiento de las ciencias filológicas es la plasmación monumental más reciente de la gran importancia del análisis lingüístico y terminológico como base sustentadora de la labor filosófica, histórica y filológica y, en general, de cualquier saber.

Pedro Abelardo insiste mucho en la decisiva transcendencia de saber lo que se quiere significar con cada vocablo. Ya que es algo determinante de la intención expresiva que se manifiesta en cada frase. Por tanto, la aclaración de los términos indudablemente es la premisa inicial de toda interpretación adecuada y correcta. Si bien es esencial la claridad expositiva considero que aunque sea lo deseable en filosofía dependiendo del estilo de cada pensador y de su específica manera de reflexionar es algo que puede ser difícilmente alcanzable. Porque a diferencia de las obras literarias el pensamiento filosófico con su jerga especializada y sus tecnicismos tiende más a la complejidad conceptual. Que esto se intente resolver o paliar en cierto grado por cada pensador es estimable y valorable de un modo positivo. Evidentemente el propio Abelardo prefiere ser lo más claro posible siendo riguroso y preciso en su discurso dialéctico. Como dice Raña Dafonte respecto al Magister: «En este orden de cosas es totalmente preferible la claridad a la elocuencia. Incluso cita a San Agustín, asumiendo sus propias palabras para corroborar su visión». Otra cuestión que dificulta la correcta interpretación de los textos es la presencia de interpolaciones que son debidas a varias causas relacionadas con apostillas, reelaboraciones, distintas traducciones, etc. Como señala Abelardo en plena Edad Media sucede que: «Muchas veces, en efecto,[] los escritos se corrompen por defecto de los mismos copistas». En nuestra época por causas diversas, pero que en el fondo son la expresión de los avatares de la distribución y tratamiento de los escritos se observan también interpolaciones de distinto tipo.

Otra precaución que es absolutamente indispensable para la mejor interpretación de los textos filosóficos es el examen crítico de los escritos de dudosa autenticidad por medio de una comparación con los auténticos. Algo ya afirmado por Pedro Abelardo en relación directa con una valoración rigurosa de la totalidad de obras conservadas de un autor. Lo que se denomina corpus completo de cada pensador es la base del cotejo crítico de los escritos respecto a su atribución indudable. De todas formas, considero que las retractaciones o correcciones de los filósofos son el resultado natural y lógico de una evolución temporal del pensamiento, que responde a la influencia de los cambios sociales y culturales de la sociedad en la que viven. Ciertamente, la búsqueda constante de la verdad es una tarea que hace posible el cambio en el conocimiento, y el surgimiento de nuevos descubrimientos que producen la modificación de lo ya escrito y registrado.

Abelardo de un modo muy moderno se anticipa a su época y reafirma el gran valor de las propias ideas y de la opinión frente a la simple acumulación de planteamientos de otros pensadores en apoyo de los propios conceptos. En este sentido, está claro que lo mejor es argumentar desde razones que surgen del propio proceso razonativo y no desde instancias externas. Además, la gran diferencia entre un pensamiento dogmático, y otro que deriva de una dialéctica coherentemente argumentativa es la validez y la justificación de los planteamientos reflexivos profundos y excelentemente explicitados para el logro de un rigor argumentativo y una precisión conceptual siempre exigible a cualquier filósofo. El mismo Abelardo es plenamente consciente de estas cuestiones ya que escribe acerca de la actitud del pensador: «O más bien recoge opiniones de otros que la suya propia []. Muchas veces los filósofos recogen opiniones de otros, y hablan según ellos, y no según la propia opinión». Asimismo recalca: «Los escritos filosóficos con frecuencia proponen opiniones como si fueran verdades indudables». Por otra parte respecto al contenido de los escritos es indudable que los problemas planteados en ellos deben ser objeto de análisis y reflexión y no suprimidos. Incuestionablemente, para la superación de las interpretaciones erróneas una de las claves es, a mi juicio, precisamente la determinación y distinción de la denotación o significado exacto y preciso de cada vocablo en un diccionario y que es la definición objetiva de un término de la connotación que es la significación subjetiva de una palabra. Realmente Abelardo sabe que la connotación causa numerosos problemas semánticos en los debates y discusiones filosóficas y teológicas y por esta razón dice muy acertadamente: «Con facilidad se resolverían multitud de controversias, si pudiésemos defender el sentido distinto que diversos autores le dan a las mismas palabras». Todas estas normas críticas y exegéticas son explicitadas y defendidas por Abelardo ya que, como es sabido, es el creador del método escolástico de argumentación dialéctica con su obra Sic et non. Lo que confirma el profundo interés del Magister por proporcionar ala investigación un rigor científico para el logro de un saber verdadero que sirva para potenciar el progreso y la felicidad humana en este mundo.

La razón es lo que nos define como seres inteligentes y cognoscentes y, por tanto, es una de las facultades aplicables al conocimiento de la realidad. Frente al argumento de autoridad la fuerza y coherencia lógica de la razón, algo en lo que insiste también Abelardo: «En toda disciplina surgen controversias, sea respecto a la palabra escrita sea respecto a juicios expresados oralmente, pero en toda disputa pesa más el dar una razón que el citar autoridades []. Las palabras mismas de cada autoridad dan pie a muchas cuestiones, de forma que más que formarse un juicio a partir de ellas hay que formarse un juicio acerca de ellas». La actitud crítica se muestra como lo más esencial en todo proceso de interpretación e investigación porque es la función discriminante y examinadora que aporta aclaraciones fundamentales de los textos filosóficos que se analizan. Aunque esto es extrapolable a la totalidad de disciplinas y conocimientos. Actualmente este procedimiento está presente en las ciencias humanas como hermenéutica que no es una ciencia en sí misma sino la expresión de las diversas técnicas de interpretación de los diferentes campos de conocimiento. Aunque también es cierto que existe la hermenéutica crítica que desarrolla lo ya conceptualizado por Gadamer y otros pensadores. De todos modos, quizás uno de los precursores de la hermenéutica como arte o técnica interpretativa del lenguaje es precisamente Pedro Abelardo en el siglo XII. En cualquier caso, la contribución de este gran pensador a una delimitación rigurosa y profunda de las reglas del pensar o interpretar es decisivo en su propio tiempo, y también sirve de referencia clave para nuestra época.

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