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Gallegos y asturianos...

2 de Junio del 2014 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

Es fácil encontrar el verso que complete el pareado para este título, pero es difícil que pueda aplicarse de forma general. Con frecuencia la proximidad es distancia, como la rivalidad entre Oviedo y Gijón, hasta el punto de que algunos jóvenes llevaban sus coches a matricular a Girona, que con su indicativo GI evitaban que los confundieran con la O de Oviedo; lo mismo que los castellonenses de Burriana los llevaban a Burgos para sustituir la C de Castellón por la BU (de Burriana).

Algo así pasa con Asturias y Galicia, donde se valoran más las diferencias que las similitudes y a ninguna de las dos comunidades le gusta que la equiparen con la otra, aunque en la linde compartan ría, tejados de pizarra y un habla entremezclada.

Sin embargo, en el Madrid de inicios de los últimos años setenta, en el número 23 de la calle Libertad de la ciudad vieja, había un ren restaurante llamado Arrumbambaya. Tal establecimiento estaba regido por un gallego de Ferrol que, sin excepciones, eligió gallegos –de ambos sexos y de varia edad– como chef y como personal de cocina. En cambio, el “maître” era asturiano y eligió camareros asturianos en exclusiva. Con frecuencia celebraban este feliz consorcio con fiestas y cuchipandas en el cercano Centro Asturiano, en el Gallego o donde plugiera, con chicoleo, si se terciaba, entre los y las jóvenes, sin discriminación de origen. En esta concurrencia de gallegos y asturianos reinaba tal hermandad y camaradería que les hubiera sabido a poco que les llamaran primos hermanos. Y para mayor alegría y brevedad rebautizaron el restaurante como La Rumba. Para aliviarse de sus compromisos sociales y de los tecnócratas del Gobierno, la ovetense “Señora” del Pardo, también conocida como “La señora de Llanera” o, simplemente, “La Señora”, frecuentaba dicho local, en días quebrados, acompañada de su pareja de toda la vida desde que se casó en la iglesia de San Juan con su “Comandantín” –a la sazón ya decadente– de Ferrol, ciudad de donde les venía la relación con el dueño de Arrumbambaya. Allí se quitaban la morriña, rodeados de compatriotas y con platos de la tierra, que acababan invariablemente con filloas y frixuelos como dulces hermanos.

La Rumba estaba bien decorada con cuadros de estilo clásico, pero que para las visitas de los Franco-Polo se sustituían por otros de verdes praderas, marinas, hórreos, pazos y ríos salmoneros, para ambientarla al gusto de los invitados; y digo invitados porque es probable que lo fueran. Al marcharse la pareja los cuadros se recambiaban en un suspiro para no ahuyentar a clientes asiduos y con olfato.

José María Izquierdo Ruiz

Oviedo

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