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A propósito de Rayan

26 de Julio del 2009 - Enrique Portilla Fernández-Villaverde (Oviedo)

Permítanme, si lo creen oportuno, publicar estas reflexiones sobre el niño Rayan.

He vivido durante 48 años intensamente el trabajo y el ambiente hospitalario, acumulé decenas de miles de horas de guardia, estimo que algo sé de lo que ocurre en su interior y me permito opinar.

Triste, incomprensible y doloroso lo ocurrido, y a todo el estamento sanitario nos afecta y nos salpica, y más inexplicable cuando el mal causado se deriva de una elemental acción como ha sido la alteración de una vía de administración del medicamento. No se trata del resultado de una complicada intervención con indicación errónea, o una continua mala praxis; ha sido algo elemental y sencillo.

A esta profesional le tocó en la ruleta del destino cometer un fallo con resultado fatal propagado de forma explosiva, exponencial por los medios de comunicación, e incluso los calificativos empleados por los portavoces del Hospital cargaron más las tintas. Ha sido una bonoloto invertida.

Hay que conocer, vivir lo que ocurre en los hospitales, en ocasiones, y más aun en las áreas de urgencias, para explicarse, que no justificar, accidentes no deseados. Son mínimos, estadísticamente admisibles, excepto para quien los sufre.

Los accidentes y los errores seguirán ocurriendo en los hospitales, en la construcción, en las minas, en las carreteras, en la justicia. Los aviones seguirán cayendo; los responsables de cada una de estas áreas y las personas que en ellas trabajan tienen la obligación de minimizarlos al extremo de lo estadísticamente aceptable, pero esa fracción de “lo aceptable” siempre será la noticia de “lo inaceptable, de lo incomprensible”, de lo que “no vuelva a ocurrir” y aun más lo manifestará con indignación quien lo sufra en su propia carne.

Siento como mía la angustia, la desazón, la incomprensión de lo que te ha sucedido, querida enfermera, y espero y deseo que en su momento la justicia emita una resolución humanamente justa.

Me sorprende que ante el aluvión de contrataciones médicas de personal foráneo por falta de médicos en determinadas especialidades, en ocasiones de dudosa acreditación, no se produzcan más conflictos y, al mismo tiempo que esto ocurre, se constriña el acceso a las facultades de Medicina en España.

Los criterios en enfermería para ocupar puestos de trabajo, interinos, no se hacen por la idoneidad, el conocimiento, la experiencia de la persona solicitante, sino con otros parámetros meramente burocráticos, rígidos, donde los sindicatos tendrían algo que explicar y asumir su parte de responsabilidad. Eso sí, buscar las responsabilidades en otros. Nos rasgamos las vestiduras por las consecuencias, pero nunca queremos admitir y corregir sus orígenes por miedo a perder poder. Este caso no es por falta de preparación, es simplemente una fatalidad.

Hagamos un íntimo examen de conciencia. Yo lo hago y recuerdo más de uno de actuaciones y decisiones incorrectas que afortunadamente no llevaron a resultados irreversibles.

Lo ocurrido no tiene justificación. Es la excepción, y en la balanza del debe y el haber de un hospital y de cada uno de los estamentos de médicos y enfermeras está diluido, ante el infinito número de éxitos médicos, casi milagrosos, como ha sido la inmediata supervivencia del fallecido. Tiene más morbo y es más noticiable la tragedia que el buen hacer masivo y cotidiano.

Al jefe del Gobierno marroquí le pediría que las “fantasmadas” las utilice para evitar que sus súbditos se ahoguen en el mar y procure que su sanidad y sus hospitales puedan aproximarse, aunque sea a años luz, al sistema sanitario español y no tengan necesidad de desplazarse a España.

Una última reflexión, quizás escandalosa: ¿cuántas mujeres, cuántas parejas que han decidido abortar, matar, ante la supuesta petición de indemnización millonaria en euros que se pretende, no optarían por llevar el embarazo a término en espera de una deseada complicación neonatal con responsabilidades sanitarias? ¡Qué barbaridad...!

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