III República

18 de Junio del 2014 - Ángel Lozano Heras (Oviedo)

La Monarquía española obtiene su nota más baja en las encuestas. La valoración ciudadana del Rey Juan Carlos se ha vuelto a desplomar en el último mes, con un 3,72, según el sondeo oficial del CIS. El Rey abdica.

Los que eran juancarlistas (prácticamente una generación de españoles) lamentan su abdicación y dicen que el régimen monárquico no será lo mismo sin el Rey Juan Carlos. Los que son monárquicos de toda la vida ven con recelo no tanto al Príncipe Felipe, sino a su esposa Letizia, como Reina de España con mando. Muchos votantes y militantes “peperos” quieren –lo han querido siempre– una República de derechas, neoliberal. Las Juventudes Socialistas y muchos militantes “sociatas” abogan por un régimen republicano. Los franquistas (restos nostálgicos) tildan de traidora a la Monarquía borbónica. Los aspirantes a independientes, catalanes, vascos y hasta gallegos, no quieren saber nada de monarquías españolistas. Las izquierdas, IU Plural, Podemos y los otros grupos alternativos, son prioritaria y decididamente republicanas. En pleno siglo XXI, la mayoría de los españoles sin significación política, pero con criterio, ve como regeneración democrática que la Jefatura del Estado, Monarquía o República, sea refrendada en un referéndum nacional.

Solamente las élites y los aparatos de los grandes partidos –PP y PSOE, ahora diezmados– creen que para sus intereses y para su atrofiada idea de España es mejor el “plan Renove”, o sea, permuta del Rey Juan Carlos por el Príncipe Felipe. Cambio para no cambiar mucho, claro.

Todo está por llegar y ahora toca ya: transformar la Constitución hacia un nuevo marco autonómico o federal. Que las instituciones sean verdaderamente transparentes y se renueven. Se pide a gritos, hasta la saciedad, renovar la ley electoral, que sólo favorece a los dos grandes partidos, PP y PSOE –ahora duramente castigados–. En los partidos políticos se lucha por imponer a las directivas o las ejecutivas la democracia directa. Se exigen severas normas contra la corrupción económica y política. Se conmina al Gobierno que la sanidad, la educación y las pensiones sean intocables en los recortes y las reformas económicas.

Ahora que se está imponiendo la participación y el control por parte de los ciudadanos, reivindicar una III República es defender una democracia realmente participativa, con una economía al servicio de la gente y no sólo de una élite. Si no se hace esto, ni el Rey de ahora ni el de dentro de unos días, ni el PP ni el PSOE, juntos o separados, podrán parar el avance de descrédito del sistema parlamentario monárquico español surgido en la Transición. Todo esto, como diagnostican ya sesudos opinantes, es abrir las puertas a la III República, si es que estas exigencias ciudadanas no son ya en sí síntomas de un régimen republicano democrático. El sistema monárquico borbónico bautizado por el dictador Franco y avalado en la Transición está ya anquilosado.

Si el Príncipe Felipe fuera un auténtico demócrata entendería que le corresponde poner fin a una institución obsoleta y antidemocrática. Si el Príncipe tiene en cuenta los sentimientos y los deseos de los ciudadanos ante esta crisis y ante la desafección por la Monarquía juancarlista, renunciaría a la herencia, a los privilegios y a los anacrónicos derechos de sangre.

Ya es hora de que un rey, majestad o no, deje de reinar para que nos gobierne un presidente de la República, cargo no hereditario ni de la nobleza. ¡Si Felipe de Borbón quiere ser jefe de Estado, que se presente a las elecciones! El actual aspirante a Rey de España lamentará no haberse batido en referéndum, ahora que lo tiene todo a favor. Ya Unamuno en 1931, cuando proclamó la II República desde el balcón del Ayuntamiento en la plaza Mayor de Salamanca, le espetó algo parecido a su bisabuelo Alfonso XIII: “Dijo un día el Rey que si los españoles queríamos la República que la ganáramos en la calle. ¡Pues que baje él a la calle!”.

Y Rajoy nos da la razón, cosa rara: “Si los ciudadanos o algunos partidos quieren la República o un referéndum para votarla, el camino está claro: presentar una reforma constitucional en las Cortes y someterla a votación”.

Pues pongámonos a ello. ¿Podemos, podremos? Ahora sí; la ruta está despejada. No hay prisa. La III República será posible y, sobre todo, será realmente útil, si quienes estamos objetivamente interesados en ella, respetamos que llegue en un proceso constituyente protagonizado por mayoría. Y precedido de un amplio debate para redactar una nueva Constitución con la máxima participación popular. Finalmente será ratificada en las urnas por los ciudadanos. La III República democrática sólo puede ser alcanzada democráticamente, pese a algunos agoreros de uno y otro signo.

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