Una nueva transición
Bueno, las elecciones del 25-M ya son historia, una historia sorprendente y preocupante. Sorprendente porque, aquí, los dos partidos mayoritarios, tan eufóricos ellos, han perdido escaños que gana una izquierda muy extrema y de ahí lo de preocupante. Que se repite en el resto de Europa –en Francia, por ejemplo, el extremismo es de derechas–, en cuyo Parlamento las intervenciones de sus señorías van a ser a la yugular. Aquí, ¡sorpresa!, con un Pablo Iglesias que, liderando el partido Podemos, inspirado en los “santuarios” de Cuba y Venezuela, irrumpió en la liza política como un elefante en una cacharrería. Ardor guerrero antes y después de la campaña electoral. Y todo porque la pelandusca primavera, además de los diviesos y las flores, a los políticos les ha transmitido también los malos humores. Nada, que climática y políticamente, la primavera hasta en las urnas ha influido la muy puñetera.
España necesita una inmediata y drástica regeneración política, de arriba abajo, o todo se puede ir al carajo. Que PSOE y PP abandonen o aparquen sus ideologías e intereses de partido y formen un frente común –¿por qué no un Gobierno conjunto?– para luchar unidos contra la crisis y tratar por todos los medios de volver cuanto antes a la normalidad económica, social y política, con recuperación de trabajos e ilusiones perdidas. Empeño éste en el que las demás formaciones políticas tienen que participar, generosa y solidariamente, en esta causa que podemos calificar como de salvación nacional. Naturalmente, la locura separatista tendría que remitir, volver todo a la más deseada normalidad democrática y constitucional, para que el cambio pueda ser completo y el que demanda y exige el pueblo, defraudado por sus políticos al ver cómo han malversado y prostituido la confianza y representación que se les dio un día en las urnas.
Cuando esto escribimos, el Rey nos suelta el bombazo de su abdicación, que nadie esperaba, provocando una gran convulsión social y antimonárquica. Y que el republicanismo, tan emergente y popularizado últimamente, saliera en masa por todas las calles y lugares de España, con pancartas y banderas tricolor. No se quiere sucesión monárquica, sino la III República mediante un referéndum. Y así está la cosa en estos momentos, deseando que lo que sea se haga pacífica y democráticamente, y, sobre todo, lo que más beneficie y quiera el pueblo, toda su ciudadanía. Y una nueva transición.
Si la cuestionada Monarquía se afianza y continúa –difícil y problemático lo vemos–, al ser rey su marido como Felipe VI, doña Letizia, hija del pueblo, pasa a ser reina consorte de España. ¡Toma castaña! Quizás esto haga que Cayo Lara y Luis María Anson bailen contentos a un mismo son. Bueno, ya dijo el cantautor Sabina, en cierta ocasión, que doña Letizia será una buena reina republicana.
Y, además, asturiana.
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