El ocio

14 de Junio del 2014 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones)

Así como el trabajo está ligado a la civilización, ocio y cultura deben ir de la mano. No hace falta aclarar que otra cosa muy distinta es la ociosidad, íntimamente unida al vicio de malgastar el tiempo. Mientras el ocio no nos exime de la acción, la actitud ociosa es estéril, inútil. La naturaleza nos engendró tanto para la contemplación del mundo como para la acción. Hay que huir de la actitud propia del perezoso y romper la cadena de los malos hábitos. Una planta que no se riega queda mustia prematuramente. La vida es muy cambiante, por eso cada nueva situación debe manejarse de manera positiva. No haciendo nada se aprende a hacer el mal, se nos ha dicho.

Es más, aparte del trabajo que se realice para subsistir, para no caer en el tedio se debieran desarrollar otros quehaceres, de manera que las horas se harán más agradables; sirviendo, además, para el enriquecimiento intelectual, incluso tareas altruistas que puedan ser útiles a los demás, como hacen muchas personas de manera individual o colectiva. Ser útiles a los demás, sí, pero no permitir ser utilizado, para que no se aprovechen de uno.

La terapia ocupacional como bálsamo se debe elegir a la hora de llenar el tiempo de ocio en cada momento y en cada etapa de la vida. Indagar en nuestro interior para conocer y desarrollar nuestras capacidades puede ser, entre otros, un excelente motivo para aprovechar positivamente el ocio, disfrutando del mismo. Recordar que sentirse realizado no es otra cosa que disfrutar con lo que uno hace. A todos los seres humanos la vida les reserva episodios en blanco y negro y en Technicolor; hagamos que estos sean superiores a aquellos, haciendo de ella una constante inspiración.

Todo en la vida requiere un aprendizaje, como el andar poco después de nacer. De igual modo, para aprender a nadar hay que meterse en el agua, no vale sólo recibir lecciones teóricas, tenemos que practicarlo nosotros mismos reiteradamente. Es obvio que la experiencia es el fundamento del conocimiento. Es más, hasta el sufrimiento puede ser una fuente de conocimiento. Aclaremos que el sufrimiento procede del malestar, en tanto que el dolor proviene de la enfermedad.

En las últimas décadas, las horas de ocio se han visto aumentadas por varios motivos: reivindicaciones sociales, avances tecnológicos; y un tercer factor derivado del acusado impacto del desempleo: prejubilaciones y jubilaciones. Por eso no es aconsejable acariciar el cese de la vida laboral como triunfo supremo de la libertad, como liberador de nuestro compromiso como seres humanos, porque, a veces, el vacío que se crea puede resultar pernicioso para nuestra existencia. No confundamos el descanso y el sosiego que se consiguen al liberarse de la disciplina y las responsabilidades de las funciones ejercidas durante la vida activa con el tedio y el aburrimiento inducidos por la súbita inacción.

De nada hemos de ser más precavidos que de la ociosidad, pues camina con tanta lentitud que todos los vicios la alcanzan: “Un monstruo hay en el mundo: el ocioso”, advirtió Carlyle, historiador y crítico social.

José Antonio Coppen Fernández

Lugones

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