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Los asturianos del año mil

17 de Junio del 2014 - Antonio Parra Galindo (Cudillero)

La confusión camino es de perfección y Octaviano poeta mayor inclinado a las anacrusas prefería el vocabulario embolismático como ayuda de costa y poyal de camino para adentrarse en los tiempos de confusión escribiendo con no pocos arrequives, entretalladuras y arabescos, era su amigo. Toribio en su gruta era feliz, se carteaba con Alcuino de York y un día grande recibió una embajada del emperador Carlomagno llamándole a su corte de Aquisgrán pero el monje amablemente rehusó entregado como estaba a sus meditaciones del apocalipsis y sus refutaciones a Elipando.

Pese a lo cual su numen fluye igual que su cálamo o como el raudal de una fuente o las aguas de un molino harinero. Era no en vano amigo de Poldo el del Molino y gustaba de la conversación del aldeano más que de la del obispo. Iba a cangrejos y con su retel pescaba crustáceos y cazaba mariposas adentrándose por hontanares de la imaginación. Vuelve a casa, pan perdido. Amaba a la poesía de congruo y de condigno, se refugiaba a la agachadiza en su cueva interior. Era todo un eremita de los tiempos apocalípticos. Poseía el don de la ebriedad y había leído muchos libros enrollados en piel de becerro y manuscritos Dios es uno y trino y Cristo es hijo carnal del Padre no un adoptivo.

Tripas mueven por pies. Sin embargo él caminaba por mundos soñados con los ojos de su imaginación. Vivía pobre. Todas sus posesiones se reducían al alfamar o manta morisca, a una cobija palentina, dos candelarios, cinco potas, unas trébedes y dos cuchillos para cortar pan. Las paredes de su celda aparecían cubiertas de papeles, del comején de la humedad y de la rulla de recuerdos dolorosos. Decía misa sólo en las grandes fiestas del año. Déjame estar no más en tu claustro sosegado. De vez en cuando se ponía a mirar al paisaje y desde su cueva oculta entre ramas de abedul veía los mullidos prados de cencida hierba, las montañas azules cubiertos en los picos con algún lienzo blanco reliquia de las nieves perpetua. En el pueblo le llamaban el cenobita de Liébana. Mucho le prestaba en las largas tardes de mayo alzarse con un cante a lo zamarro de la cadencia praviana. Recordaban las estrofas las hazañas de antiguos reyes godos que se llamaban Adosinda, Silo y Mauregato. Rostros borrosos. Personas que dejaron de existir. Amores que fracasaron. Xunce las vacas, Ramona... Pasaba las noches en contemplación de las estrellas y le amanecía de gota serena sobre la villa famosa acurrucada entre lomas y espaldares a los que la erosión glacial había transformado en torrentes en formas de albarda por causa de las morrenas.

Rumiaba sus recuerdos mientras cantaba la alondra y la luz ámbar de la amanecida doraba las rocas. Los caballos montesinos piafaban en la cuadra. Era la hora de la alfalfa. Se levantó el aire yu pronto empezó a tronar. Cuando cruje la cueva de Noreña saca los bueyes y vete por leña. Por aquí vivió en los espaldares del monte Naranjo don Alonso de Velasco el que la sierpe mató. Los caminos los visitan por eso con frecuencia duendes y endriagos. La sierpe mató don Alonso y con la infanta casó. Todo un enigma que no puede ser interpretado don parábolas sino en lenguaje oblicuo y embolismático. Octaviano, el escriba de santo Toribio el monje vivió en aquellas Asturias hace muchos siglos. Trazaba las letras de su caligrafía a modo de enigma. Muchos de sus hermanos cordobeses que se habían refugiado en aquellos riscos para guardarse de la morisma en guarda de su fe creía que se acercaban los últimos días de mano de los terrores del año mil y de ahí los comentarios del último evangelio al modo embolismático. Las rayas sobre el pergamino observaban un tren oblicuo como los rayos de sol en los atardeceres de aquellas montañas.

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