Alex y Nole: Un ejemplo
El domingo 8 de junio se jugó la final de Roland Garros entre Rafael Nadal y Novak Djokovic (Nole); Rafa se jugaba alcanzar su noveno título; Nole, su primero, para completar el único de los cuatro grandes del Slam tenístico que le falta; es decir, Nole se jugaba mas. Perdiendo en el 40 set por 4-5 y por 30-40, el servio cometió una doble falta, inducida por un injustificado abucheo de una parte del público que desconcentró al tenista de Belgrado, con lo que perdió el partido. Al dirigirse a felicitar a Rafa efusivamente, alzó sosegadamente el brazo, en ademán de leve reproche hacia el grupo de espectadores que en tan crítico momento lo había increpado; sin un mal gesto aunque con triste semblante. Pero pronto se recompuso dando una lección de saber perder en circunstancias adversas.
Recibido el trofeo de subcampeón, todo Roland Garros en pie le rindió un sonoro y larguísimo aplauso (que ni a Nadal por su triunfo) no sólo por la calidad de su tenis y por su entrega, sino, sobre todo, porque comprendió y agradeció su mérito de saber perder, y de recomponerse tan pronto y bien a pesar todo. (Lo que no supo hacer en circunstancias parejas otro grande del tenis, Federer, al que Nadal hubo de sacar de su bloqueo mental durante al discurso de rigor). Su discurso fue perfecto y no reflejó el amargor de su derrota, sino la alegría por la muestra de aprecio del público.
Pero el mayor ejemplo no sólo de saber perder sino de “generosidad con el vencedor” lo vivimos en la final del Roland Garros de 1998 cuando, en otro partido muy disputado, Carlos Moyá venció a Alex Corretja, y cuando éste se apresuró a saltar la red y estrechar efusivamente a su vencedor y compatriota, en un gesto antológico de saber perder y de generosidad. En cambio, en el siguiente “Trofeo de Maestros” en Hannover, Corretja ganó la final a Moyá, sin que se percibiera en éste un rasgo de simpatía hacia el ganador; no ya el saltar la red para abrazarlo.
Corretja ha sido un gran jugador y una gran persona; y un buen capitán del equipo español en la Copa Davis que, sorpresivamente, ha sido sustituido recientemente por Moyá, con el argumento de que la mayor cercanía personal y geográfica de Carlos con Nadal sería una ventaja para convencer a éste de que le hiciera un hueco a la Davis entre sus numerosos compromisos del circuito.
No se pueden cerrar estas líneas sin mencionar a tres históricos tenistas que dieron a España momentos de gloria en la Davis aunque nunca la ganaron pues en aquellos años sesenta, la final se jugaba siempre en el país del equipo campeón del año anterior, pues sus dos finales 10 fueron en Australia, en campo de hierba, y con Rod Laver como número 1 de su equipo. Nos referimos a Manolo Santana, Gispert, y Arilla, tres grandes tenistas y tres grandes caballeros, en unos tiempos en que el tenis no estaba tan metalizado como ahora y en el que reinaban el “fair play” y el patriotismo.
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