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El día de la independencia de Perú

4 de Agosto del 2009 - José L. García Álvarez (Oviedo)

El día 28 de julio es el día de nuestra Patria, en el que se proclama la Independencia del Perú, y que cada año celebramos un aniversario más de las fiestas patrias. Por ese hecho, es que todos los peruanos, estemos dentro o fuera de nuestras fronteras, recordamos con mucha alegría y nostalgia la festividad de nuestra Patria Querida.

La independencia, hoy recordada, no fue fruto de una revolución, tampoco de grandes hechos militares, sino fue fruto de las circunstancias. La historia es ya conocida; los hechos así lo manifiestan en el transcurso de nuestras vidas.

Aún cuando, en 1783, el Perú pertenecía a la Corona española, ya se vislumbraba un camino, una salida. La independencia era necesaria. El hundimiento político y económico de España arrastraba a sus colonias y es así que surge la primera idea de una separación, algo similar a la actual Commonwealth británica, de la mano del conde de Aranda, embajador de España en París. Dándose cuenta él de que no se podría contener la marcha de las colonias españolas, mucho más importantes económicamente que la misma metrópoli, hacia la independencia, presentó al rey Carlos III una memoria en la que proponía transformar el Imperio colonial de España en una federación de estados autónomos: las colonias se convertirían en tres reinos, México, Perú y Tierra Firme, confiados a otros tantos infantes españoles que reconocerían al rey de España como su emperador; estos reinos, unidos a la metrópoli por una alianza defensiva y ofensiva, establecerían con ella una unión comercial sobre la base de la más absoluta reciprocidad, y la Corona española no conservaría más colonias que Cuba, Puerto Rico y algunos territorios insulares más.

Este vasto proyecto, que tendía a sustituir el Imperio de España por unos reinos españoles unidos, no fue aceptado por el Rey. Las riquezas que llegaba de aquellas Indias aún era una tentación para el rey, y Carlos III, no resignándose a perderlas, procedió a la inversa de lo recomendado por su embajador, se dispuso a defender las colonias contra las tentativas de revolución que germinaban en EE UU y en la agitada Francia, creando allí milicias. Tiempo más tarde, estas milicias producirían efectos contrarios y proporcionarían a las colonias los medios necesarios para la rebelión que el contagio de las ideas de independencia habría de producir.

Y así, efectivamente, las circunstancias favorecieron la independencia. Las ideas de las revoluciones francesa y norteamericana llegaban rápido. Pero aún se mantenía la lealtad al rey. Pero en Europa las lealtades cambian rápido de bando. Un joven general francés patea el tablero dinástico de Europa. Al mismo tiempo, ya transformado en emperador, da el puntillazo final al Imperio colonial americano. Su ocupación de España, su lucha con Inglaterra y su deseo de supremacía en el continente son la ideal circunstancia favorable a las colonias sudamericanas. Apartada de Europa, Inglaterra aprovecharía el momento para sacar provecho, destruir el monopolio comercial español y apoderarse de las colonias. No apoderarse política o territorialmente. No. No tenía fuerza para ello. Las liberó para posteriormente apoderarse de su economía. Y así financió expediciones, compró voluntades y ambiciones; de sus tierras y dominios salieron los grandes hombres e ideólogos que habrían de llevar la bandera de la revolución, la libertad y la independencia a tierras de Sudamérica.

Pero la independencia fue un suceso no tan «sentido» por la élite peruana en tiempos en que el resto de colonias sudamericanas hervían en revueltas. Para España, México y el Perú eran fuertes bastiones realistas, dentro de los cuales la élite gobernante y los campesinos se sentían súbditos del rey. Así, el virreinato mexicano se mantendría apartado de las ideas de independencia hasta que, vista la situación de la metrópoli, decidiera una independencia negociada, beneficiosa para la élite dirigente criolla.

Asimismo, el Perú, centro del poder colonial en Sudamérica, aplastó uno tras otro a los ejércitos patriotas que venían a liberarlo, los grandes próceres de la independencia tuvieron que huir muchas veces, exiliarse y volver para seguir intentando. Sólo luego de la revolución de Riego, que mando al infierno la ayuda española, y conocido ya que la metrópoli no enviaría refuerzos, es cuando las clases dirigentes se emancipan y buscan una independencia no negociada, como en México, sino violenta; el poder español en Perú es demasiado peligroso para el resto de colonias. Y es el motivo por el cual los ejércitos de San Martín, primero, y Bolívar, después, convergen en el Perú.

Proclamada la independencia un 28 de julio de 1821, el Perú pasaría a ser independiente. Ese «Perú» comprendía la costa norte y los alrededores de Lima, sin olvidarnos de algunas ciudades del interior. El Ejército del virrey La Serna aún permanecía activo y ahí donde acampaba, «independencia» era una mala palabra. La sierra estaba también bajo el poder de la Audiencia de Cuzco y en el Altiplano un español rebelde, Olañeta, dirigía el último Ejército leal a Fernando VII en las Indias, a la vez que impedía que la independizada Buenos Aires pusiera sus manos ahí.

Por eso la independencia entre 1821 y 1824 fue restringida, el Perú era independiente eso sí, pero no era libre. La libertad llegaría tras la, hoy discutida, capitulación de Ayacucho. Perdón, aún quedaba el virrey. Con La Serna en manos patriotas, la Audiencia del Cuzco (única Audiencia sobreviviente) nombraría a don Pío Tristán como cuadragésimo primer virrey del Perú. Poco tiempo después el territorio de la Audiencia caía en manos de Sucre y el recién impuesto virrey renunciaría a su cargo. Pero quedaba Olañeta. Enemigo a muerte de los españoles liberales derrotados en Ayacucho y peligroso oponente de los patriotas; este hombre fue la última carta del poder colonial español en Hispanoamérica. Su presencia fue una preocupación constante para las recién creadas repúblicas. Felizmente para ellos, el conde de los Andes, virrey póstumo del Río de la Plata, cuadragésimo segundo y último virrey del Perú (autoproclamado), último paladín absolutista en América, sería asesinado por sus enemigos liberales. Ahí recién se podría decir «El Perú es desde hoy un país libre e independiente...».

José L. García Álvarez, presidente de la Asociación de Residentes Peruanos en Asturias

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