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El segundo de los primeros cien días

13 de Julio del 2014 - Ana Maria Velasco Plaza (Oviedo)

Con infantil asombro y no menos inocente perplejidad leo en LA NUEVA ESPAÑA del domingo 22 de junio, por pluma de corresponsal en la Corte, que los Reyes reúnen a los representantes de todas las asociaciones y fundaciones de víctimas del terrorismo, pertenecientes a todas las ideologías.

Excelente noticia si fuera rigurosamente cierta.

El hecho de que el primer acto oficial del nuevo Rey sea recibir a los representantes de aquellos ciudadanos que perdieron su vida o su integridad física y psíquica por ser españoles (en un lugar de dolor y honor que podríamos haber ocupado cualquiera de nosotros) dice mucho a su favor. Y más aún al hacer inmediata realidad sus palabras de apoyo a las víctimas pronunciadas muy significativamente en su primer discurso como Monarca.

Sin embargo, un acto que podría haber sido una prueba inequívoca de la personalidad y voluntad del actual Rey se ha visto frustrado por el increíble e indefendible hecho de que no hayan estado los representantes de todas las asociaciones de víctimas del terrorismo, sino sólo de aquellas que el Gobierno ha querido.

Una vez más, nuestra monarquía parlamentaria, nuestro nuevo Monarca, está en manos del Gobierno de turno más allá de lo estrictamente establecido por la Constitución. Y esta vez no es a un Gobierno de Zapatero, a quien le incomodan las víctimas que no le son dóciles a sus políticas antiterroristas. Es a un Gobierno del PP -del nuevo PP- con un presidente que tachó a su predecesor de traidor con los vivos y con los muertos, que encabezó manifestaciones beneficiándose de la legitimidad moral, del respaldo y de la presencia de personajes políticos ahora defenestrados, como María San Gil, y junto a destacadas víctimas del terrorismo ahora olvidadas y traicionadas, como Ortega Lara. Es ese el Gobierno que ahora, en la misma senda de pasteleo marcada por los matones, elimina del grupo de victimas del terrorismo que el Monarca debiera haber recibido en su primer acto oficial, a aquéllas que se oponen a la continuidad de la mal llamada política antiterrorista que este Gobierno, de forma más sibilina que el anterior, está llevando a cabo.

Para ello no hay más que ver la realidad con la presencia del brazo político de ETA en el Congreso de los Diputados, el perfecto conocimiento por el Gobierno de los lugares donde residen intocables Josu Ternera o De Juana Chaos, la vigencia de la resolución del Parlamento para negociar con ETA sin que Rajoy haya cumplido su compromiso de derogarla, los acercamientos y solícitas excarcelaciones de presos etarras, como es el paradigmático caso de Bolinaga y la larga lista de libertades exprés tras la derogación de la doctrina Parot.

Todas estas actuaciones, junto al vergonzante cierre en falso de los atentados del 11-M (único asunto en el que se da una paradójica sintonía universal entre prácticamente todo el espectro político parlamentario y extraparlamentario) son las que de una forma contundente, sin tapujos y sin cambios por prebendas, ha denunciado Voces Contra el Terrorismo en boca de su presidente, Francisco José Alcaraz. Y precisamente por esto, igualmente que el propio Ortega Lara, han sido eliminados por el Gobierno por si, como víctimas indomables, osaban presentar a Felipe VI sus inquietudes discordantes con la doctrina oficial.

Por tanto, tomen nota, señores corresponsales cortesanos de los medios de comunicación, no han estado todas las víctimas del terrorismo con los Monarcas, sino que como siempre -de ahí mi asombro y perplejidad por la noticia- solamente los más contemporizadores con el Gobierno y de los que se espera que sabiamente manejados logren hacer más fácil el proyecto político que aquél ha asumido, la hoja de ruta que alguien escribió a nuestras espaldas y que tantas voluntades ata.

Aunque el Rey no le pidiera ayuda expresa, Dios quiera que el nuevo Rey sea capaz de dotarse de los medios adecuados para mantener su autonomía de información y su independencia de criterio, porque una cosa es ser un Rey constitucional y otra muy distinta un Rey secuestrado por el sistema.

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